IA: la caja de Pandora
viernes, 10 de octubre de 2025
Felipe Jaramillo Vélez
Toda tecnología creada por los seres humanos, en cuya modelación y funcionamiento se utilicen elementos finitos, irremediablemente no será una tecnología infinita.
Aunque esta sentencia parezca lógica, dado que la tecnología es un proceso de transformación que utiliza elementos provistos por la naturaleza, es fundamental recordar que el hombre, desde su origen, camina hacia el final de la vida, y lo único que puede hacer es tratar de aplazarlo lo más posible.
Imaginemos que tenemos todos aquellos elementos que se necesiten para que una IA funcione al interior de la caja. Al abrirla, lo que encontraríamos no es magia, ni un grupo de monos moviendo perillas; lo que allí reposa es un cúmulo de micro-canteras naturales, cuya existencia depende directamente de la tabla periódica. Para dar vida a una IA, son cruciales más de 40 de sus elementos: desde el silicio, que es la base semiconductora de todos los chips y microprocesadores, y el cobre para la conectividad de los centros de datos, hasta el litio y el cobalto imprescindibles en las baterías que almacenan su energía. Aún más estratégicos son los 17 elementos de tierras raras (como el neodimio y el disprosio), esenciales en los imanes de alta potencia que permiten la robótica, los motores eléctricos y los discos duros de los servidores.
Esta dependencia de metales finitos, desde el oro en los contactos de precisión hasta el tantalio en los condensadores, revela que la inteligencia artificial, aunque parezca etérea y se prometa infinita, está profundamente anclada a la escasez de los recursos geológicos de la tierra.
Y como si la dependencia de los recursos finitos no fuera poco, el auge de la IA trae consigo un incremento energético monumental. Cada tarea, por pequeña que parezca, exige un costo eléctrico tangible que se ejecuta en centros de datos; en perspectiva: generar una sola imagen utilizando algoritmos como DALL-E o Midjourney puede llegar a consumir la misma cantidad de energía que se necesita para cargar completamente la batería de un smartphone. Si tomamos un valor promedio para una carga de móvil, esto equivale a unos 10 a 20 vatios-hora. Si escalamos este consumo unitario a los millones de consultas diarias de texto y generación de imágenes, la IA no solo consume gran cantidad de elementos no renovables, sino también inmensas e insostenibles cantidades de energía, provocando un deterioro no lineal sino exponencial en la huella ambiental global.
Tal vez con poca información y sin conciencia, los seres humanos normalizamos la tecnología sin tener claras sus consecuencias, aceptando sus “bondades” sin detenernos a evaluar el impacto en el ADN social, en la sostenibilidad de los recursos y en la esencia misma de la humanidad. Volcar la vida a la IA, los algoritmos y las tecnologías exponenciales, dejando atrás al destornillador manual para remplazarlo por uno eléctrico con una obsolescencia cada vez más corta, podrá facilitar el trabajo y reducir el esfuerzo. Sin embargo, ¿de qué nos servirá esto cuando incluso la esperanza termine escapándose de la caja?