Analistas 10/12/2025

Nuevo Frankenstein: la deuda de prometeo

Felipe Jaramillo Vélez
PhD Filosofía

Frankenstein, de Mary Shelley, trasciende la literatura. Se ha convertido en la búsqueda humana permanente de reemplazar partes del cuerpo, corregir imperfecciones, o simplemente, por vanidad. Es un ejercicio que ha crecido exponencialmente en el último siglo, haciendo que muchas personas sean algo más que una construcción estética: “criaturas” modernas creadas por nuevos “dioses” , que usurpan a lo natural la capacidad de lograr la vida.

Hoy, esta búsqueda se acelera. Ya no se trata solo de la recreación humana a través de órganos -simples bombas biológicas, según el transhumanismo-, sino de la tokenización y digitalización del cerebro . Hablamos de un hackeo de la conciencia que ya muestra resultados. Sin pausa, el proceso de Neuralink, liderado por Elon Musk, promete a corto plazo integrar un dispositivo de hardware directamente al cerebro. Esto transformará nuestros pensamientos en código y el yo en datos.

“La IA es esencialmente una herramienta de la inmortalidad. Esto va a cambiar para siempre lo que significa ser humano.” - Elon Musk, fundador de Neuralink.

Esta afirmación de Musk revela una ambición profunda detrás de la interfaz cerebro-máquina: superar la reparación biológica y alcanzar una mejora cognitiva radical y una forma de vida digital, lo cual debería prender las alarmas frente a las implicaciones éticas y filosóficas de conectar el pensamiento humano a una red digital. La tecnología está redefiniendo los límites de la privacidad, la identidad y la propia conciencia.

Simultáneamente, una noticia que pasó por los medios como una anécdota del espectáculo demuestra la mercantilización de nuestra esencia. Los actores Matthew McConaughey y Michael Caine vendieron sus registros de voz a la compañía IA ElevenLabs para crear réplicas bajo demanda. Estas voces están ya disponibles en el Iconic Voice Marketplace para que otras empresas las utilicen en narraciones y proyectos comerciales. La BBC destacó este precedente: la voz, que define la personalidad de un individuo, ya no es una propiedad intrínseca, sino un activo digital negociable y replicable infinitamente.

Esta “deuda de Prometeo” -el castigo por robar el fuego divino del conocimiento- se materializa en la venta consentida de nuestra esencia a las corporaciones de IA. Cuando una voz icónica se convierte en un activo digital y utilizado sin la participación del dueño original, la línea entre el ser humano y su réplica se desvanece. Estamos entregando la intimidad del sonido y del pensamiento. La pregunta ya no es si podemos crear vida artificial, sino qué partes de la vida estamos dispuestos a poner a la venta para que existan en el eterno ecosistema de los datos.

En última instancia, el Nuevo Frankenstein no es una criatura de retazos físicos, sino un espectro de información. El miedo de Shelley no era solo un cuerpo reanimado, sino la pérdida de control sobre la creación. La búsqueda del Prometeo moderno por la “inmortalidad” a través del hardware y el software nos obliga a enfrentar una nueva ética: ¿Qué valor tendrá el original cuando la copia digital pueda hablar, simular pensar y actuar sin cansancio?

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