En la novela Oryx y Crake, la escritora canadiense Margaret Atwood cuenta cómo mediante la manipulación genética se crean humanos y animales transgénicos en una sociedad que permite el comercio de la vida. Poco a poco, este tipo de literatura de ficción tiende a convertirse en realidad, al igual que la posibilidad de hacer bebés a la medida. Esto significaría importantes mejoras en salud, pero preocupantes consecuencias sociales.
La biología molecular y la biotecnología buscan, desde la configuración genética de los humanos, los animales y las plantas, erradicar las enfermedades, el desabastecimiento de alimentos y la contaminación. Pero ¿hasta dónde llegará la ciencia? ¿tendremos superhumanos algún día?
En los años setenta del siglo pasado, el Nobel de química Paul Berg inició la era de la ingeniería genética al editar genes mediante la unión de fragmentos de ADN de virus. Más tarde, se empezaron a utilizar ratones transgénicos para el estudio de enfermedades.
La edición genética se tornó más precisa en los noventa con la creación de proteínas con capacidad para cortar el ADN en lugares determinados; el problema era que debía diseñarse una específica para cada secuencia que se deseara intervenir.
En el 2012 hubo un gran avance científico: las investigadoras Charpentier y Doudna descubrieron que un mensajero químico, muy poderoso, llamado CRISPR-Cas9 podía llegar directamente a una sección del ADN y cortar los genes no deseados para pegar en su reemplazo otros; incluso, interrumpir o cambiar secuencias específicas.
Esta tecnología genérica es mucho más efectiva que las anteriores; se ha probado con éxito en ratones y monos, y podría estar lista para experimentación en humanos. En la agricultura, Monsanto la está ensayando con el fin de modificar especies vegetales.
Dentro de sus usos se prevén transformaciones revolucionarias que podrían hacer que la carne roja sea menos nociva, que se puedan trasplantar órganos de cerdos a humanos, o que los mosquitos no propaguen enfermedades como la malaria.
Si embargo, el que más llama la atención es el del tratamiento del cáncer, el sida o el Alzheimer, entre otros. Ello sería posible en línea germinal para modificar la descendencia, lo que significaría alterar el genoma humano y reescribir el código genético, en términos de Arber, Nobel de Medicina.
Lo anterior nos recuerda que el debate sobre la manipulación genética en humanos está más vigente que nunca, pese a que está prohibida o restringida en más de cuarenta países. Lo preocupante es que, con el tiempo, se podría crear una raza de humanos con capacidades superiores mediante la selección de embriones, tal como ocurre en la película Gattaca.
Los peligros de estas tecnologías son evidentes. Primero, podrían quedar libres y sin control frente a su uso indiscriminado. Segundo, podrían ser captadas por las grandes industrias; esta última posibilidad es la más factible y con ello se aumentaría la desigualdad y la exclusión social, al dotarles, en términos de Foucault, de un biopoder para regular la vida y la muerte.
Más allá de razones médicas, quienes posean los medios económicos podrían pagar para que sus descendientes sean diseñados con rasgos específicos como el color de los ojos, la estatura, la resistencia física y la inteligencia.
El debate apenas comienza; no obstante, desde ya se deben considerar qué modificaciones serían éticamente aceptadas por la sociedad y cuáles, por asombroso que parezca, llevarían a grandes problemas de desigualdad social.