Cuando le hablan de política, probablemente, como a la mayoría de los colombianos lo que inicialmente se le viene a la cabeza es corrupción, promesas incumplidas y abusos de poder; una profesión desprestigiada. Por eso me pregunto, ¿habrá sido un error, haber retornado a ese oficio y aspirar a la Cámara de Representantes en este momento? Mi decisión se reafirma en dos reflexiones. Primero, me he cansado de quejarme y de no hacer nada por impactar positivamente en las realidades que tanto me molestan. Sé del cambio que quieres ver en el mundo, dijo Gandhi. Segundo, saber que he gozado de tantas oportunidades en un país donde pocos las tienen y no hacer nada, no me deja vivir tranquilo.
Sobre lo primero, Aristóteles, en su libro La Politika, de donde se deriva la palabra política, plantea que la vida virtuosa está relacionada con la activa participación en la dinámica cívica. Por ende, tomar parte en los debates públicos es una obligación si se quiere vivir bien.
El filósofo hace una interesante precisión al afirmar que ser elegido para las diferentes instancias, es tan válido como participar y juzgar los méritos de las propuestas hechas por otros. Adicionalmente, sostiene que las decisiones tomadas luego de escuchar los aportes de muchos ciudadanos son más valiosas que aquellas que no cumplen este requisito.
Recientes declaraciones del Papa Francisco hacen eco a estos antiguos postulados, al sostener que “involucrarse en la política es una obligación para un cristiano… no podemos jugar a ser Pilato [y] lavarnos las manos. No podemos….. [lo] es fácil decir ‘la culpa es de los otros!”. Quejarse y quejarse y no hacer nada es incumplir las obligaciones cívicas.
En el caso de la segunda razón, he gozado de una vida privilegiada. Quería estudiar en las mejores universidades del mundo. Fue así como pude graduarme en economía y en filosofía en la Universidad de Pensilvania y en la Escuela de Economía de Londres. Quise, al mostrar esa vena por el servicio, ser concejal de Bogotá a mis 24 años de edad, y obtuve la cuarta votación de la ciudad en ese entonces.
Después, decidí estudiar más y tuve la oportunidad de cursar una maestría en gobierno en Los Andes. También quise seguir estudiando y me fui a realizar una segunda maestría en la universidad de Columbia en Nueva York. Todo esto en un país donde el nueve por ciento de los Colombianos tienen un título profesional y solo el dos por ciento un posgrado. Reconozco que mucho de esto fue por suerte y por haber nacido en una familia que me brindó todas las posibilidades. Sé que con la misma disciplina y esfuerzo, si mi hogar hubiera sido un municipio alejado del Chocó, no estuviera contando esta historia.
Dejar de lamentarme y luchar por una sociedad justa fue lo que me motivó a regresar a esta intranquila profesión, la que a su vez, bien ejercida, es la más noble de todas pues su único propósito debería ser mejorar la calidad de vida de todos. Por esta razón, y ante la pregunta que inicialmente me hice, creo que tomé una decisión acertada al inscribirme a la Cámara por Bogotá la semana pasada.
Me despido temporalmente de este privilegiado espacio de opinión. Ha sido un honor escribir para ustedes y contar con tantos lectores de mis ideas aquí plasmadas. Más de ochenta columnas sobre un sinnúmero de temas que dejan la satisfacción de haber cumplido semana tras semana. Hasta pronto.