Analistas 16/11/2018

Cien años después: una mirada al futuro

El nuestro pareciera ser un país propenso al olvido. La memoria colectiva no existe: somos los individuos los que recordamos. Con un agravante: nuestra memoria es frágil y selectiva. Así lo señala David Rieff en su libro Elogio del Olvido, quien añade que no hay garantía de que la importancia histórica de un evento en su tiempo, sea apreciado con la misma relevancia, en las décadas y en los siglos venideros. De ahí la pertinencia de recordar el alcance transformador de los hidrocarburos y su desarrollo en Colombia.

Las más felices con los primeros pozos petroleros en 1859 debieron ser las ballenas, pues de estas se extraía aceite para fines variados, en especial el encendido de lámparas. Gracias al querosene dejaron de ser tan perseguidas, aunque la dicha para este crudo destilado duro poco, debido a la bombilla eléctrica. Pero no solo los grandes mamíferos debieron celebrar: los seres humanos -incluidos los esclavos-, los caballos y bueyes: su fuerza muscular fue por siglos la principal fuente transformadora de energía.

Era cuestión de tiempo para que el petróleo cambiara el mundo y nuestro país. Para que Karl Benz inventara el primer vehículo y Henry Ford lo perfeccionara y comercializara, Rockefeller visionara el potencial del petróleo y fundara la Standard Oil Company, para que en Colombia el Presidente Núñez, ordenara su búsqueda y el escritor Jorge Isaacs se uniera a la causa, y el coronel José Joaquín Bohórquez descubriera petróleo en la zona de Infantas, con la mala fortuna que nadie le dio importancia a las propiedades de su hallazgo. Con una excepción: el empresario de origen francés, Roberto de Mares.

A partir de ahí la historia es más conocida. De Mares firmó una concesión para operar por 30 años los yacimientos en Santander, constituyó la Tropical Oil Company, cedida luego a la Standard Oil, conocida por sus iniciales “SO”, ESSO, hoy ExxonMobil, pionera de la industria en el país y que el año pasado cumplió cien años de creer en Colombia.

Fue así como el 29 de abril de 1918, el Pozo Infantas 2 inició la producción de petróleo con 42 barriles al día cambiando por siempre la historia de Colombia. Cien años después ese campo, leal y longevo, aún palpita: produce 46,000 barriles al día. Y digo que cambió la historia del país y para bien: fue el punto de partida del desarrollo de Colombia.

En 1899 llegó el primer automóvil a Medellín y en 1905 a Bogotá -tras un trayecto en barco y luego a lomo de mula-. La movilidad del país dependía de la tracción animal; el automóvil generó la necesidad de nuevas y mejores vías, transformó las ciudades y la comunicación. Ese año se creó el Ministerio de Obras Públicas y con la construcción de la Refinería de Barrancabermeja en 1922, que abasteció al país de combustibles y asfalto, pasamos de 491 kilómetros de caminos pavimentados en 1916 a 7,415 kilómetros en 1938. Hoy Colombia cuenta con más de 200,000 kilómetros de vías, que acercan a los colombianos. Fue el despegue de la infraestructura vial en el país.

La gasolina se vendía en latas, en farmacias y locales comerciales. Con la masificación del automóvil, se construyeron quioscos con surtidores para proveer de gasolina a los automóviles; hoy Colombia consume más de 280 mil barriles diarios de combustible líquido. Entre 1922 y 1928 se habían importado 13,246 vehículos. Fue el inicio de la distribución de combustibles y de la industria automotriz. El país cuenta hoy con 5.000 estaciones y 12 millones de vehículos -sin contar las motos-, desde buses escolares y ambulancias, hasta vehículos de carga y pasajeros, que mueven al país y su economía.

Similar ocurrió con la aviación. Diez años después de que los Hermanos Wright hicieran su primer intento de vuelo, en 1913 llegó a Santa Marta el primer avión y en 1919 se creo la primera aerolínea; los grandes ríos eran utilizados como pistas de despegue y acuatizaje. En 1928, Lindbergh, fue recibido como un héroe en Cartagena. Quién pensaría que cien años después -con Jet-Fuel- la industria de aviación movilizaría 40 millones de pasajeros al año, interconectando al país y a éste con el exterior.

Pocos años después esta dinámica transformadora llegaría al campo reemplazando a los caballos y los bueyes. Dice Christian Padilla, autor del libro Colombia: cien años en movimiento, editado por ExxonMobil que “La revolución tecnológica no era de exclusividad para las ciudades, ni para las élites, sino que se pondría también al servicio de los campesinos, quienes encontrarían en los nuevos vehículos, tractores y arados, una herramienta para optimizar sus labores.” Una revolución agraria. Hoy el 50% de las Unidades Productoras Agrícolas de 1,000 hectáreas o más usan maquinaria a base de combustible. La mecanización de la agricultura permite alimentar a Colombia.

Pronto el volumen de crudo requirió varios medios de transporte. A los cuatro buques exclusivos que movilizaban los barriles por el Río Magdalena se sumó la construcción en 1926 del primer oleoducto, de 536 kilómetros, entre Barrancabermeja y Mamonal en las Costa Atlántica; hoy tenemos un sistema de oleoductos de 9,000 kilómetros, además de una capacidad de transporte de 100,000 barriles por el Río Magdalena.

Colombia se convirtió en exportador de petróleo: en 1927 representó 17% de las exportaciones; el tercer productor de Latinoamérica y el octavo a nivel mundial.

Y el 25 de agosto de 1951, con ocasión de la reversión de la Concesión de Mares, nació Ecopetrol, nuestra gran empresa. Y la Universidad Nacional de Medellín y la Industrial de Santander empezaron a preparar los profesionales de la industria. Hoy el país cuenta cinco facultades de ingeniaría de petróleo y once de geología, que nos permiten contar con más de 11.000 ingenieros y 5.000 geólogos, al servicio de Colombia. Sin contar los ingenieros eléctricos, mecánicos, electromecánicos, civiles, entre otros, además de ingenieros ambientales, sociólogos, antropólogos, politólogos, psicólogos, y abogados.

Luego del descubrimiento en La Cira-Infantas, tuvimos los de Chuchupa-Ballena, Caño-Limón, Cusiana-Cupiagua, y el redescubrimiento de Rubiales. Todos ellos descubiertos, desarrollados u operados por empresas extranjeras que han aportado su conocimiento y capital para impulsar la industria de petróleo y gas en el país. Hoy tenemos más de cincuenta empresas operadoras de quince países, apostándole a Colombia, en costa afuera, recobro mejorado, nuevas cuencas y listos a desarrollar los no convencionales. Y más de 150 empresas especializadas de bienes y servicios, sin contar las que se contratan a nivel regional, que impulsan la economía de las zonas productoras.

Este recuento tiene un objetivo: recordarnos -concientizarnos- de la importancia que ha tenido la industria de hidrocarburos en el desarrollo del país. Colombia no sería lo que es hoy sin esta industria. El petróleo y el gas mueven al país, literalmente, por tierra, ríos, mar y aire; le proporciona confiabilidad eléctrica a las industrias y hogares, le permite al campo ser más productivo, y le aporta recursos al Estado como ninguna otra actividad económica. Difícil imaginar un sector económico, un bien o un servicio, una actividad cotidiana, que no tenga una relación con los hidrocarburos -como insumo, como medio o producto final-. Por eso debemos, todos los colombianos, empezando por los funcionarios, sentirnos orgullosos de esta industria -blanco de vituperios, desinformación y malquerencias-, sin la cual Colombia no sería lo que es hoy.

Pero el mundo ha cambiado, también la industria, en estos cien años. La población pasó de 1.600 millones a 7,600 millones, es decir, creció 475 %. Y con ello, la demanda de energía. Con consecuencias positivas en la calidad de vida de las personas, y también en el planeta: no en vano existe una preocupación sentida por el cambio climático, que es real y que esta industria entiende, lo que motiva al mundo y al sector petrolero a investigar y desarrollar nuevas opciones de energía, pero con los pies en la tierra.

Según la Agencia Internacional de Energía, AIE, la demanda global de energía creció 2.1% en 2017, el doble del registrado en 2016. Y en el último año las fuentes de energía renovables tuvieron un crecimiento histórico del 25% del total de incremento en la demanda. Pero la de petróleo y gas también creció, lo que explica que aún represente el 81% de la demanda; la misma proporción de las últimas tres décadas. Estos datos reflejan que el mundo está cambiando la manera de consumir y producir la energía.

La Agencia Internacional de Energía señala, sin embargo, que para 2040 la necesidad de energía crecerá 30%, equivalente a agregar otra China e India juntas a la demanda existente. Lo explica el crecimiento poblacional y urbano; en 22 años seremos 9 billones de habitantes y cada cuatro meses agregamos a la urbanización del planeta una ciudad como Shanghái, con 25 millones de habitantes. Por eso, independiente del crecimiento en las energías renovables y de la electricidad como consumo final, los combustibles fósiles seguirán siendo fundamentales para atender la demanda de energía. La AIE, establece que con las políticas de diversificación en curso, a 2040, el 75% de la energía será fósil, y en un escenario de menor consumo y más fuentes renovables y sostenibles, estos representarán 61% de la demanda. Es decir, seguirán existiendo.

Por eso, más que hablar de una transición energética en la que los fósiles desaparezcan de la noche a la mañana, el mundo avanza hacia una diversificación. Las renovables van a jugar un rol cada vez más importante, pero los fósiles -en especial el gas- estarán con nosotros un buen tiempo. No se avizora un sustituto fácil del petróleo y el gas en múltiples usos, en especial en el petroquímico, sin contar los avances tecnológicos en captura y almacenamiento de C02, entre otras innovaciones, que podrían sorprender al mundo, más temprano que tarde, con fósiles limpios que compitan con las renovables.

En medio de esa discusión, ¿dónde está Colombia? Un país cuya industria cumple cien años, con potencial en tierra firme y costa afuera, en yacimientos convencionales y no convencionales, pero con unas reservas probadas exiguas y riesgo inminente de perder su autosuficiencia energética, y los recursos que el sector aporta al país y a las regiones.

¿Dejamos enterrado el petróleo y el gas durante la diversificación o transición energética? ¿Nos convertimos en importadores de hidrocarburos, conscientes de su impacto en las finanzas públicas y el bolsillo de los colombianos? ¿No será más sensato aprovechar la estrecha ventana de oportunidad de las próximas dos o tres décadas para desarrollar nuestros recursos del subsuelo de manera responsable y destinar esos recursos a fortalecer otros sectores, el agrícola y el turismo, las energías renovables?

Esa es la discusión. La diversificación o transición energética no es incompatible con el desarrollo responsable del petróleo y el gas. Así lo han entendido varios países, entre ellos, Arabia Saudita, Emiratos, Rusia y Estados Unidos; y Noruega, Reino Unido, Canadá, China, Argentina y Perú. Estos y otros países tienen claro que al tiempo de impulsar las renovables, deben continuar desarrollando sus hidrocarburos, pues son además, el motor de su transición energética y de su transformación económica.

Dirán ustedes que Colombia está en la misma línea: que no dejaremos los hidrocarburos enterrados. No parece. Las reservas probadas languidecen; 1.782 millones de barriles que alcanzan para 5.6 años; la exploración no despega -van 30 pozos exploratorios de los 65 programados para este año y 900 kilómetros de sísmica-; la inversión no levanta cabeza, se contrae; se tenía previsto invertir este año US$ 4.500 millones y no es claro lleguemos a US$4.000. Y los prospectos exploratorios, prácticamente congelados.

¿Por qué si los precios internacionales se han recuperado situándose en un promedio de $75 dólares el barril, la exploración no despega? ¿Por qué si logramos importantes descubrimientos costa afuera y unos recientes en tierra, la inversión requerida no llega? ¿Por qué si la producción se ha mantenido en 860 mil barriles y Ecopetrol presenta resultados positivos, hablo de un escenario en el que la industria podría desvanecerse?

Porque somos dubitativos y contradictorios. Decidimos desarrollar los recursos del subsuelo marino sabiendo que implica grandes inversiones y una seguridad jurídica a prueba de toda volatilidad política e ideológica y nos inquieta el arbitraje internacional; olvidamos que la inversión en estos proyectos es cada día más selectiva, en especial tratándose de gas por los precios bajos y las diversas opciones para desarrollarlos.

Porque decidimos desarrollar los yacimientos no convencionales hace diez años y no hemos iniciado la fase exploratoria y todos los días se presentan nuevas talanqueras, basadas en información falsa sobre los riesgos e impactos y una interpretación errada y absurda del Principio de Precaución, que de aplicarse con igual rasero en el país conduciría a prohibir cientos de productos y varias actividades económicas.

Porque las empresas que están produciendo en tierra firme, todas, están confinadas a los terrenos que conocen, exprimiendo unos campos viejos y en declive, para sostener una producción de corto plazo; la mayoría no quieren correr riesgos en áreas nuevas, lidiar con licencias, consultas, chantajes y bloqueos. Están acorraladas, es la realidad, en un país que sufre de miopía severa: de un cortoplacismo alarmante e irresponsable.

Porque llevar un barril a puerto es complejo y costoso pese contar con un buen sistema de oleoductos y nuevas opciones de transporte por el Magdalena. Es triste que el crudo que va hacia Asia salga principalmente por Ecuador o por el Caribe porque el OTA vive reventado y no hay más opciones; qué decir del Caño Limón-Coveñas que lleva 272 días parado y 80 atentados -señales de paz del ELN-. Y tenemos unas tarifas reguladas que por distintos motivos nos ubica en el 25% de la producción más costosa del mundo.

Y porque el abastecimiento de combustibles es frágil y asimétrico; pareciera que le tenemos miedo a la libre competencia. Estamos importando 20% de los combustibles pues la capacidad de refinación se quedó corta -tampoco hay un volumen de petróleo en perspectiva que sugiera a ojo cerrado ampliar la capacidad existente-, ni señales hacia una liberación gradual, que garantice un abastecimiento de líquidos competitivo.

Las empresas extranjeras quieren invertir en Colombia. Pero el nuestro es un país difícil. No significa que otros no lo sean, pero tienen otro potencial. Si seguimos como vamos, irán dejando de invertir: ya lo están haciendo. Nos quedaremos con Ecopetrol, una gran empresa que mantendrá su producción un tiempo gracias a los proyectos de recobro y la política de reversión de campos; crecerá aún más su participación en una producción menguada y en declive -según las proyecciones de la ANH-. Sin ser ese el propósito y contadas excepciones, la estatización de la industria sería inexorable.

No es culpa suya, Presidente: usted y su equipo llevan escasos cien días de gobierno. Recibieron una industria con una salud frágil. Y no se trata de buscar culpables. La crisis de precios fue implacable: nos sorprendió con serias falencias en competitividad y las medidas tomadas resultaron insuficientes, algunas tardías. Perdimos un tiempo precioso.

Pero está en sus manos, Presidente Duque, tomar una decisión y liderarla: impulsar la industria de hidrocarburos, con sus oportunidades y retos, o verla desvanecer poco a poco, sin pena ni gloria. Estamos ante una coyuntura histórica, única e irrepetible.

Hace unos años la industria tuvo un impulso transformador, siendo presidente Álvaro Uribe. Se separó la definición de la política pública de la administración del recurso y ambas de la empresa estatal y ésta abrió las puertas a los colombianos como accionistas. Llegaron nuevas empresas con capital fresco, la exploración se disparó y la producción se dobló; estábamos en la mira de los inversionistas. Fue una época estelar, de la que el país se benefició con creces. ¡Necesitamos un nuevo impulso transformador!

La Ministra de Minas y Energía, el Ministro de Hacienda y Crédito Público, el Presidente de la ANH, entre otros funcionarios del Gobierno, son conscientes de la importancia estratégica de la industria: para la autosuficiencia energética, generación de recursos y crecimiento económico. También, muchos congresistas, magistrados, gobernadores, alcaldes, y ciudadanos. Pero falta un mejor entendimiento de los colombianos de lo que está en juego y una decisión de Estado, que sólo se logrará si el Gobierno la lidera.

A la Ministra Suárez no le ha temblado la voz al defender la industria y el desarrollo responsable de los no convencionales; en tal sentido, si bien creemos que el país y las empresas están preparadas para iniciar la fase exploratoria, entendemos la decisión de conformar una comisión de expertos, que evalúe el tema y aporte recomendaciones. Es de esperar que muchos detractores no cesen en su crítica, salvo se les conceda la razón; andan trinando, bloqueando la información de la industria, desinformando, festejando los reveses legales de esta técnica en Colombia, financiados por fundaciones extranjeras a las que poco o nada les importa las consecuencias que ello tiene para el país.

El Presidente de la ANH tiene claro qué hacer. Tiene claro que es necesario retomar el proceso de asignación bajo condiciones competitivas -incluyendo en él, el Sinú-San Jacinto-, ajustar la regulación contractual costa afuera en cuanto a arbitraje y flexibilizar la asignación y la administración de áreas en tierra. Es necesario además, descongelar áreas en cabeza de Ecopetrol y que sola o con privados las desarrolle; y definir un plan de promoción de exploración en áreas de alta prospectividad poco exploradas, como en Caguán y Vichada. Vamos para cuatro años sin asignar áreas. ¿Si no es ahora, cuando?

El Ministro de Hacienda tiene clara la importancia de la industria de hidrocarburos. No titubeó en conceptuar sobre la inconveniencia de prohibir por ley el fracking, y tiene claro, como Usted Presidente, que la única manera de que la economía crezca es impulsando el sector formal empresarial grande, mediano, pequeño y micro. La Ley de Financiamiento, con unas observaciones que le hemos hecho llegar, ayudará a hacer de esta una industria más competitiva a nivel regional, en especial por la tarifa en renta. Lo responsable es aprobarla, con los ajustes del caso, sin que pierda su esencia.

Definitivamente el nuestro es un país bastante peculiar. No queremos más impuestos, pero le hacemos la vida imposible a la industria que está en condiciones de aportarle al fisco y a las regiones los mayores ingresos. No queremos un gas natural más costoso, ni tarifas de electricidad altas, pero nos cruzamos de brazos -indiferentes- viendo cómo nos acercamos al abismo de la pérdida de autosuficiencia. País desmemoriado: hemos olvidado lo que fue pagar 16 años petróleo importado con sacos de café.

Presidente: Como se lo indicamos el 6 de septiembre, ésta industria desea ser socia de su gobierno, aliada de la reactivación económica y la transformación productiva del país. Esta industria está en condiciones de aportar en los próximos cuatro años, $100 billones, en impuestos, regalías, dividendos y derechos económicos. Para ello, se requieren inversiones por $ 7 mil millones de dólares año, que sólo llegarán si existen las condiciones, y algo igual de importante: las áreas y proyectos donde invertir.

Condiciones que pasan por cuatro decisiones cruciales: (i) reformar el sistema general de regalías; (ii) seguridad jurídica; (iii) una regulación competitiva en tarifas de oleoductos; (iv) Avanzar de manera gradual e integral en la liberación del mercado de combustibles. Revisemos estos asuntos, entrando en la parte final de estas palabras.

Somos conscientes en la industria de la necesidad de fortalecer nuestra relación con las regiones petroleras, y en algunas, reconstruir la confianza, aclarar las preocupaciones de índole ambiental, trabajar más de cerca con los gobernadores y alcaldes, y volcarnos al territorio -Gobierno e industria- a hacer pedagogía y dialogar. Pero esto no significa que la industria esté de espaldas a las regiones: ha sido fundamental en su desarrollo y ha invertido recursos muy importantes y generado empleo. Ningún otro sector hace por las regiones lo que hace la industria petrolera. Pero debemos hacer más.

Pero nada de lo que haga la industria será suficiente si no se reforma el sistema general de regalías. La animadversión en el territorio, sin ser exclusivo, pasa por ese meridiano. Con un grupo de gobernadores y alcaldes, con el acompañamiento del DNP y la ANH, hemos iniciado desde el territorio la construcción de una propuesta a ser presentada al Congreso en 2019, con el liderazgo del Gobierno. El problema es que si nos va bien sería efectiva en 2020; no podemos esperar tanto: es urgente incluir en el presupuesto bienal de regalías recursos nuevos, significativos, para las regiones productoras, un incentivo efectivo a la exploración y ejecutar con celeridad las regalías pendientes, propósito en el que está empeñado el DNP y el Gobierno Nacional.

En seguridad jurídica pareciera que damos un paso adelante y otro atrás. En buena hora la Corte Constitucional puso orden sobre consultas populares, al reafirmar la línea jurisprudencial que por décadas imperó. Al reiterar que el dueño del subsuelo es el Estado y que es competencia de la Nación, administrar el recurso. Es decir, que no puede, por ningún medio, una autoridad local prohibir el desarrollo del hidrocarburo.

Ahora, El Consejo de Estado, a través de un auto proferido por un Magistrado, ha suspendido de manera provisional dos regulaciones técnicas para el desarrollo de los yacimientos no convencionales, expedidas hace cuatro años. Uno hubiese esperado que se pronunciara sobre la legalidad del acto administrativo, lo propio de una demanda de nulidad. Se decidió, sin embargo -no dudo que de buena fe- abordar el tema de fondo y realizar un análisis de la regulación técnica -sobre tipos de pozos, los requerimientos constructivos, cementación, registro, integridad, presión, reportes a la ANH, entre otros. Se señala, entre los argumentos, la “ausencia de normas ambientales”; obvio, las dos normas demandadas no son las ambientales; la regulación ambiental está en otras normas, de otra entidad, de las 20 que regulan el desarrollo de los no convencionales.

Se toma además como cierta la información dada por los demandantes sobre riesgos al ambiente y a la salud, que es la misma que difunden en las redes y que es engañosa y mentirosa; y se basa en un control de advertencia viejo de la Contraloría, de 2012, anterior a la regulación que se expidió precisamente para atender el llamado de ese ente de control. Y se hace una interpretación equivocada del Principio de Precaución, que no se corresponde con la realidad, pues no hay un daño ni un perjuicio inminente. Pareciera que el demandante, a propósito, se enfiló hacia las normas técnicas, que no son las ambientales, señalando “vacíos ambientales” para inducir al tribunal a error.

Confiamos en la sensatez del Consejo de Estado. Comprenderá el país que este tipo de situaciones acrecientan la inseguridad jurídica, que gravita sobre el país.

Pero la seguridad jurídica va más allá: tiene que ver con las licencias ambientales, los permisos arqueológicos, la consulta previa. No nos oponemos a unos requisitos ambientales exigentes, siempre que sean claros; nos inquieta la consistencia en algunas evaluaciones, el entendimiento de los aspectos técnicos específicos de la industria, y la interpretación de las normas. Hemos acordado con el director de la Anla una agenda de trabajo y un diálogo abierto y profesional, que no dudamos será fructífero. Y respecto de los permisos arqueológicos, llevamos varios años procurando una reforma en los tiempos, en quién recae la responsabilidad de los estudios, y su alcance: una cosa es el levantamiento arqueológico y otra muy distinta, una investigación arqueológica; esta no le corresponde a las empresas. En buena hora, el Gobierno ha retomado el tema.

La consulta previa en Colombia se desnaturalizó. Es la realidad. Se ha abusado de ella al punto que algunos grupos de interés que se han beneficiado del statu quo, no quieren que se reglamente por ley. Varios gremios, que durante cinco años hemos buscado su reglamentación, seguimos atentos a un espacio con la Ministra del Interior, para retomar el tema; examinar el articulado y el procedimiento a seguir en materia de su consulta en el marco el Convenio 161 de la OIT, previo a presentarlo al Congreso.

La nueva regulación en materia de tarifas de oleoductos no es un tema fácil. Por un lado, hay un interés comprensible de la estatal petrolera y de los inversionistas privados en mantener la regulación existente; por el otro, un hecho incontrovertible: el alto costo de las tarifas comparadas con otros países, afecta la competitividad. ¿Qué le conviene al país? Ese debe ser el eje del análisis al procurar un acuerdo -que podría incluir compromisos de inversión para las empresas por el menor valor de las tarifas- o para que el Ministerio de Minas defina la nueva regulación tras sopesar los argumentos.

Finalmente, la competitividad en el abastecimiento de combustibles. Son demasiados los frentes del sector y del Gobierno, pero estamos frente a una bomba de tiempo en materia fiscal. De ahí nuestra propuesta, de definir, Gobierno e Industria, una hoja de ruta que nos permita avanzar, con responsabilidad, hacia una mayor competencia en la importación y transporte de combustibles: eliminar de entrada la prelación en las áreas de frontera, y acompasar gradualmente los precios frente el mercado externo.

Presidente: Usted ha sido elegido con la más alta votación en la historia. No obstante, el inicio de su gobierno no ha sido fácil; son muchos los interesados en que a usted le vaya mal, aunque le vaya mal al país, pues están pensando en sus propios proyectos políticos.

Por el bien de Colombia, es esencial que a usted le vaya bien; que su Gobierno, que es el de todos los colombianos, sea exitoso. Por eso cuente con esta industria como aliada, como socia, como instrumento de desarrollo y transformación productiva, en el marco de los postulados de Equidad, Legalidad y Emprendimiento.

Hace más de cien años, los Indios Yariguíes en la ribera del río Grande de la Magdalena, en Latora, luego Barrancas Bermejas, descubrieron petróleo. Señalan los Cronistas que:

“ Hay una fuente de betún que es un pozo que hierve y corre fuera de la tierra […] y es en gran cantidad y espeso licor. Los indios tráenlo a sus casas y úntanse con este betún porque lo hallan bueno para quitar el cansancio y fortalecer las piernas.”

Aprendamos de ellos, dejemos a un lado el cansancio y fortalezcamos las piernas. Si el camino recorrido ha sido largo y culebrero el que tenemos por delante no lo será menos. Pero tenemos cien años de historia, cien años de experiencia y de lecciones aprendidas. ¡Cien años construyendo país! Un Siglo, que nos da una autoridad serena, para decirle a Colombia, aquí está su industria de hidrocarburos y vamos por cien años más.

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