Seremos más pobres
Hace unos días estuve en Milán, contratado por un fondo de capital y aceleradora de startups para asesorar a sus startups en planeación financiera y análisis de KPIs. Conocí allí a los jóvenes fundadores de estas empresas de ciberseguridad e inteligencia artificial, provenientes de seis países diferentes, que empujan las fronteras de la tecnología para sacar al mercado productos de excelencia.
No pude evitar hacer un paralelo de esos jóvenes, y del ecosistema de emprendimiento europeo, con los jóvenes y el ecosistema emprendedor colombiano.
Empiezo por el acceso a financiación. Tanto en Europa como en USA hay una comunidad robusta de inversionistas ángeles que le apuestan a las startups empezando, y fondos de venture capital que luego invierten en su crecimiento. Pero además, hay bancos de desarrollo como el Banco de Inversión Europeo, y otros privados, que hacen créditos a las startups vía deuda “venture”, donde parte del pago del crédito es con capital accionario. Y recientemente han surgido vehículos novedosos como los créditos basados en ventas donde la startup acuerda el pago del crédito con un porcentaje fijo de sus ventas, con lo cual el pago del crédito está atado al desempeño de la empresa, y a las fintech que ofrecen estos créditos, como Capchase, no les importa que las startups tengan pérdidas. Y finalmente, todos los países europeos tienen fondos gratuitos para apoyar a las startups.
En Colombia en el gobierno del presidente Duque creció el ecosistema de inversionistas ángel locales, pero hoy está semiparalizado en el gobierno Petro por las incertidumbres que le genera a la inversión. En el gobierno Duque crecieron las ayudas estatales para emprendedores a través de entidades como el Sena e Innpulsa, y también desde el Banco Agrario, donde creamos durante mi presidencia una línea de crédito asumiendo riesgo de banco de desarrollo para estadios tempranos del emprendimiento. En el gobierno Petro, por el contrario, el emprendimiento no importa, las ayudas se concentran no en los jóvenes emprendedores, sino en los delincuentes.
La otra diferencia tiene que ver con las oportunidades (además de la financiación) que tiene un joven europeo, asiático o de Estados Unidos, versus uno colombiano: esos jóvenes tienen una educación pública de calidad, sobre todo en ciencias y matemáticas, por lo cual es mucho más probable que terminen estudiando alguna carrera afín como ingeniería, pero además es multilingüe y sabe un lenguaje de programación. El joven promedio colombiano probablemente haya caído en las manos de un adoctrinador de Fecode o un agitador político de la Colombia Humana, y no haya aprendido nada de ciencias y matemáticas. Además, le es imposible entender que un verdadero revolucionario fue Steve Jobs, y no el Ché Guevara, cuya estela de crímenes los hizo para que una élite política se apropiara de los recursos económicos de un país. Ese joven promedio optará por algún título inútil como los que exhibe la ministra Irene Vélez, y su sueño será ser burócrata o profesor. Cargos desde los cuales estarán en una posición privilegiada para diseminar su equivocada visión del mundo.
Lo triste de este asunto es que nuestra creciente incapacidad de competir en la economía del conocimiento gracias al advenimiento del populismo en Colombia y América Latina, significa que cada vez seremos más pobres, y la brecha se profundizará con el mundo desarrollado.
Pero los agitadores políticos convencerán a los jóvenes de que su pobreza es culpa de los países ricos, y con esto conseguirán más odiadores que los apoyen políticamente. ¿Seremos capaces de salir de este círculo vicioso?