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El reloj avanza, el país espera: lo que debe hacer el nuevo Gobierno

Fredy Vargas Lama

A inicios de 2024, en un barrio periférico de Cartagena, no muy lejos del bullicio turístico ni del lujo de Bocagrande, conocí a Juan David, un joven de 22 años que maneja su mototaxi desde las 6:00 de la mañana hasta las 9:00 de la noche. Con su casco colgado del brazo y la camiseta empapada por el calor, me dijo: “Oye profe, aquí uno lo que hace es guerrearla to’ el día pa’ medio vivir, pero no es justo que la vida sea solo eso: sobrevivir y ya.”

Esa forma de decirlo, sin rabia, pero con resignación, me hizo pensar que mientras muchos hablamos de grandes planes y cifras, allá en los barrios lo que la gente quiere es simple: que la vida no sea tan dura, que el esfuerzo valga la pena, y que el futuro no sea solo para otros.

En 2026, quien asuma la Presidencia de Colombia no podrá permitirse el lujo de la improvisación. Tendrá que comenzar a gobernar desde el primer minuto con una hoja de ruta clara, priorizada y multitemporal.

En este artículo, el primero de una serie, propongo una conversación sobre los desafíos de corto, mediano y largo plazo que deberá afrontar la nueva administración. No se trata solo de identificar problemas, sino de jerarquizar su abordaje con responsabilidad temporal. Algunos asuntos no dan espera, otros deben sembrarse con visión y paciencia, y todos, absolutamente todos, deben ser trabajados bajo una misma premisa: el bienestar colectivo.

Corto plazo: cuatro urgencias inaplazables

La primera prioridad será política: reducir la polarización. La fragmentación institucional, la radicalización discursiva y la desconfianza mutua han debilitado nuestra capacidad de llegar a acuerdos básicos. Sin reconstrucción del diálogo democrático, será casi imposible gobernar con eficacia.

En segundo lugar, es urgente reconstruir la confianza del sector privado -tanto nacional como extranjero-, hoy seriamente deteriorada. Según datos del Dane y la Cepal, la inversión bruta fija en Colombia cayó de un promedio de 22% del PIB en la década pasada a 17% en 2024. Para sostener un crecimiento robusto y sostenido, necesitamos al menos un 25%, y si aspiramos a acercarnos al dinamismo de economías asiáticas, el umbral debería superar 30%. Sin inversión no hay empleo, innovación ni productividad. Y sin crecimiento económico, el desarrollo humano queda relegado. La próxima administración deberá enviar, desde el primer día, señales firmes de estabilidad jurídica, reglas claras y duraderas, e incentivos reales para reactivar la inversión productiva y formal.

El tercer frente urgente es el ajuste fiscal. El déficit de más de 5% del PIB en 2024 y por encima de 7% este año es insostenible, combinado con una deuda pública bruta que bordea 60% del PIB (según el Ministerio de Hacienda y el FMI), deja poco margen para maniobras populistas. Será clave racionalizar el gasto público, especialmente los rubros ineficientes, que crecieron en los últimos años. El nuevo Presidente tendrá que tomar decisiones impopulares, pero necesarias.

Por último, está el tema de la seguridad: tanto urbana como rural. El deterioro de los indicadores de violencia, la fragmentación del control territorial y la desarticulación de las fuerzas de seguridad exigen una señal política contundente desde el primer día. Recuperar la presencia estatal -no solo militar- en las zonas abandonadas será condición básica para cualquier otra política pública.

Mediano plazo: cimentar sostenibilidad

Una vez superadas las urgencias inmediatas, el país deberá enfocarse en reformas estructurales. La primera es la del gasto público: no basta con reducir el déficit actual, se necesita una arquitectura fiscal que garantice sostenibilidad a 10 o 15 años, permitiendo financiar salud, educación e infraestructura sin comprometer el futuro.

En paralelo, es indispensable construir una agenda de productividad. En la última década, la productividad laboral ha permanecido estancada, lo que impide competir globalmente y generar empleo de calidad. Para revertir esta situación se requieren inversiones en tecnología, capacitación y formalización, así como un entorno estable y predecible para el sector productivo.

También se impone una reorientación estratégica en salud y educación. En salud, debemos garantizar cobertura y eficiencia con sostenibilidad financiera. En educación, formar ciudadanos con habilidades para un mundo cambiante: pensamiento crítico, adaptabilidad y competencias digitales.
Finalmente, Colombia debe apostar por la innovación y el desarrollo de productos con valor agregado que puedan escalar en el mercado global. Sin eso, seguiremos anclados en economías de bajo impacto.

Largo plazo: un nuevo contrato social hacia el desarrollo para todos

Colombia no podrá convertirse en un país desarrollado sin reformas estructurales profundas, y menos aún en un mundo marcado por la incertidumbre y atravesado por una de las transformaciones más grandes de nuestra era. En justicia, se requiere una reforma que combine eficiencia con legitimidad. En infraestructura, es urgente acelerar la transición energética, mejorar la conectividad territorial y cerrar las brechas que aún separan nuestras regiones.

Y sobre todo, en educación: no hay futuro si no transformamos, desde adentro, lo que pasa en nuestras aulas. Necesitamos formar jóvenes curiosos, éticos, creativos y con las habilidades humanas que harán la diferencia en un mundo dominado por la tecnología. No basta con aprender fórmulas o seguir manuales; necesitamos enseñar a pensar, a resolver, a colaborar. Colombia debe imaginarse como una sociedad que valora el conocimiento, que se adapta al cambio y que se atreve a mirar de frente el futuro, por incierto que sea.

Esto requiere liderazgo con visión. No bastan los tecnócratas ni los caudillos. Necesitamos estadistas que piensen el país multi-temporalmente: con la urgencia del hoy, la disciplina del mañana y la ambición del largo plazo.

Una invitación al debate nacional

En las próximas entregas desarrollaré con más detalle cada uno de estos temas, no desde la técnica fría, sino desde una mirada de anticipación: explorando señales de futuro, aprendizajes internacionales y posibles escenarios para Colombia.

Juan David me contó que sueña con montar un pequeño taller, dejar de andar en la calle todo el día, y que su hermano menor pueda estudiar algo mejor que él. “Yo no quiero que mi hermanito tenga que guerrearla como yo, profe, eso no es vida pa’ nadie”, me dijo. Ese anhelo es tan legítimo como urgente. Colombia puede dar un salto en los próximos cuatro años. Pero ese salto no será automático ni gratuito: necesita liderazgo, claridad, acuerdos, y sobre todo, compromiso colectivo. Nos toca a todos remangarnos.

TEMAS


Universidad Externado - Presidencia de la República - Polarización política - Déficit fiscal - Seguridad