La propiedad
Le confieso que para mí fue difícil entender qué es la “propiedad”. Fue tan difícil como determinante en mi vida, porque cuando ese entendimiento llegó e hizo “click” en mi cabeza se desmoronaron un montón de (lo que ahora para mí no son más que) historias, construcciones forzadas de quienes pretenden alterar el siempre frágil orden social que como especie humana hemos construido a punta de -literalmente- sacrificio, esfuerzo, lágrimas, sudor y sangre.
Es cierto que el derecho supremo es el derecho a la vida, porque si usted no está vivo, no hay ningún otro derecho que pueda gozar. También es cierto que a la vida le secunda nada menos que el derecho a la libertad, tan inherente al ser humano como la capacidad de pensar. Si no podemos pensar ni ser libres, no podemos ser del todo humanos. Si bien todo esto es acertado, no deja de ser abstracto, teórico.
Algunos claman que para que los colombianos podamos gozar de una calidad de vida alta, debemos destinar nuestros pocos recursos a la defensa de la vida, que en Colombia es barata. Otros afirman que el requisito para el desarrollo es la defensa de la libertad, puesto que no podemos andar libremente por el territorio ni expresar abiertamente lo que pensamos, porque nos matan. El irrespeto por la vida y la libertad son esclavizantes, de acuerdo.
Sin embargo, para materializar efectivamente nuestra humanidad -viva, pensante y libre-, necesitamos un sistema de derechos sobre la propiedad robusto, con reglas de juego claras que no esté en manos de quienes obtienen un turno en el gobierno, cualquiera sea su ideología. Históricamente, en la medida en que los derechos de propiedad ajena son respetados por todos en una sociedad (todos, sin excepción. En particular, por el Estado), en esa misma medida se respeta el ejercicio de la libertad y el goce del valor supremo de la vida, dando paso al desarrollo y la riqueza. Los ejemplos siempre han estado ahí: Roma, Reino Unido, Estados Unidos, Japón y Alemania, entre otros.
Muchas veces me dijeron que la propiedad es una “construcción social”, una “ficción” de reglas sobre los derechos y a las obligaciones sobre los bienes que son determinadas por una institución llamada “el Estado”, con todos sus organismos constitucionales, legales, ejecutivos y judiciales. Según esta aproximación, la propiedad depende del Estado y es gracias a él que usted es dueño de los zapatos que lleva puestos y yo del café que me estoy tomando mientras escribo. Así, la propiedad es un “favor” del Estado que nos permite ser dueños de nuestros bienes y del producto de nuestro trabajo “porque él lo permite”. Así mismo, según esta concepción, las reglas que determinan los derechos y las obligaciones que tenemos sobre la propiedad pueden ser cambiadas de la noche a la mañana por ese mismo Estado, generalmente en nombre del “interés general”. Es decir, hoy el Estado “nos hace el favor” de dejarnos ser dueños de sus zapatos y de mi café, pero mañana puede quitarnos todo esto “porque las normas cambiaron”.
Ahora, una reflexión: la propiedad no existe por el Estado ni gracias a él. Al contrario, el Estado existe por la propiedad, se creó para defenderla y protegerla. Digámoslo de otra manera. La propiedad no es una ley ni un documento firmado por un funcionario: la propiedad es una interacción natural del ser humano con el entorno que habita y la ley es una formalidad establecida para dar cuenta de esa interacción. “Click”.
Gracias por leer. Ahora, ¿Usted qué opina?