Aun resuenan los ecos de las asonadas que estremecieron al país, cuando todos los indicios anuncian el comienzo de otra temporada de agitación con características similares. Es la continuación de una larga embestida contra el Estado democrático que, hasta el momento, soporta bien toda clase de arremetidas pues, a fuerza de golpes, los ciudadanos son cada vez más conscientes del peligro de creer que estamos, apenas, ante unos bloqueos pasajeros y nada más.
La oleada mundial de inconformidad agrava todo por el efecto de imitación que muestra al mundo acosado por protestas, marchas, violencia callejera, peticiones confusas, diálogos eternos y pausas tácticas para recuperar fuerzas, reclutar adeptos y arrancar de nuevo. Ni siquiera queda tiempo para investigar de dónde sale el dinero para pagar los costos que, evidentemente, son muy altos
Si algunos sectores de opinión abrigaban la esperanza de encontrar soluciones mediante un diálogo sincero, hoy deben estar decepcionados por la pérdida de un tiempo precioso. Se dilapidó una excelente oportunidad de atender problemas que el país conoce y está dispuesto a remediar. Parecía que los promotores de los paros tuvieran todo bien planeado, menos la voluntad de arreglar, aunque les hicieran amplias concesiones sobre materias concretas. Dejaron al Gobierno sentado en mesas de diálogo desocupadas, hablando solo.
Entretanto, se abrió un nuevo frente. Los pliegos de peticiones se rehicieron en forma de proyectos de ley y así los presentaron ante el Congreso. Ahora dirán que el Senado y la Cámara de Representantes son los nuevos interlocutores, calculando que los congresistas serán ilimitadamente condescendientes en vísperas electorales.
Otra vez estamos ante un panorama de incertidumbres. ¿Cómo reaccionará el Congreso si efectivamente la discusión de los proyectos se concentra en el Capitolio? ¿Quién responde por la preservación del orden público? ¿En qué medida se afectan las relaciones del Gobierno que se aproxima a su final y el Congreso que, como es apenas lógico, aspira a reelegirse?
En esta ocasión tendremos situaciones similares a las que ya experimentamos en la larga asonada que dejó tan heridas a las ciudades seleccionadas como centro de las acciones violentas. Miradas superficialmente, la apariencia externa puede ser la misma, pero hay una gran diferencia en la organización y alcances de las que se presentaban como simples estallidos de inconformidad y estas verdaderas batallas urbanas, preparadas con tiempo y planificadas cuidadosamente.
Calles y avenida presentaron por varios días el aspecto de una confrontación que pocos analistas tuvieron sosiego para analizar, aunque suponemos que los estudios sobre opinión pública se enfocarán en las razones motivadoras de los comportamientos, más que en subidas y bajadas de favorabilidad o rechazo de personajes que entran y salen del escenario mediático.
Las nuevas condiciones se reflejarán, sin duda, en las campañas electorales que ya empiezan y, sobre todo, en las propuestas de los candidatos. ¿Cómo reaccionarán los electores cuando se vean retratados en las encuestas? ¿Alcanzará el tiempo para acomodarse a las exigencias de una ciudadanía golpeada por la violencia que causó pérdidas cuantiosas a una clase media empresarial, cuyas tiendas y almacenes vieron a los clientes remplazados por saqueadores? ¿Cuál será la reacción ante el crecimiento de la delincuencia común, en sectores que hasta hace pocos meses eran remansos de paz?.