Analistas 10/11/2020

Las encuestas no lo decían

Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos nos demostraron que, en esta materia, como en los versos de José Manuel Marroquín, “en más de una ocasión sale lo que no se espera”. Y aquí resultaron magulladas las encuestas que, consagradas como una ciencia casi exacta, se convirtieron en herramienta indispensable en manos de asesores especializados en ganar elecciones y hacérselas perder a los demás.

Prácticamente todos los sondeos le daban una ventaja abrumadora a Biden. Las votaciones, según los demócratas más entusiastas, serían una simple formalidad. Lo mismo empezaban a creer hasta los republicanos más recalcitrantes. Las diferencias alcanzaban 15 y más puntos porcentuales de ventaja y cantidades de nuevos amigos corrieron a hacer méritos con el seguro ganador.

Así se mantuvo el ánimo aun cuando las distancias sufrían ligeras disminuciones que, en algunos casos, las bajaban de los dos dígitos.

Analistas más cautos alcanzaron a advertir que esta vez jugaban factores nuevos, no experimentados en megavotaciones. Por ejemplo, se sumaba el impacto del voto por correo anticipado, nunca experimentado con tantos millones de votantes.

Mientras en las dos campañas se despertaban recelos y suspicacias, resonaron los gritos de guerra política doméstica. “¡Fraude!”, claman unos. “¡A ver las pruebas!”, les respondían. Mal espectáculo preelectoral…

Como podía presumirse, al abrir las urnas quedó al descubierto un panorama nuevo. Los ciudadanos acudieron libremente a los precintos electorales y sus millones de votos contradijeron los pronósticos. Tengo al frente tres televisores, sintonizados en distintas cadenas norteamericanas, en donde experimentados presentadores escoltan a su anchorman, tratando de explicar datos, que evidentemente no corresponden a sus preferencias personales. Cumplen bien su trabajo, aunque los rostros telegrafían sus simpatías y las ojeras delatan la falta de sueño.

Los medios de comunicación son anti-Trump y eso se nota desde el primer comentario. El gran público escucha sus noticias y respeta su manera de pensar, pero no se siente obligado a opinar como ellos. El elector sabe que presentadores y periodistas son libres y también que él, a quien llaman “el ciudadano de a pie”, es asimismo libre y que su voto y no el de quien aparece en la pantalla, decide la elección.

Algo semejante ocurre con el ciudadano encuestado. Difícilmente se manifestará a favor del candidato al que los medios descalifican y caricaturizan. No lo dice y sin embargo votará por él.

Por eso, en las urnas no aparecen las enormes diferencias anunciadas en las encuestas y estas elecciones se ganan o pierden por diferencias mínimas que, en varios Estados, no llegan al uno por ciento.

Marroquín tenía razón:

“es flaca sobremanera

toda humana previsión,

pues en más de una ocasión

sale lo que no se espera… ”.

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