Cada vez observo con mayor preocupación el nacimiento y expansión de un discurso populista con importantes rasgos antiempresa. En este se ha caracterizado al empresario como una especie de enemigo que recibe todos los beneficios del Estado, quitándole posibilidades a las clases más vulnerables. Se ha generado un universo de mitos y mentiras alrededor de la empresa y el empresario, que ha llevado la discusión a un plano de lucha de clases, donde se retrata al empresario como a alguien malo y sin corazón, que solo le interesa maximizar sus utilidades.
Se ha querido plantear una falsa disyuntiva entre los derechos económicos y los derechos de las personas, cómo si estos derechos no pudiesen confluir y como si a los empresarios de Colombia solo les preocuparan sus intereses económicos y no la familia, el trabajo, la salud de los colombianos, el desarrollo social y la equidad.
Siempre que se habla de los empresarios grandes se omite recordar que algún día esa gran empresa fue un emprendimiento, que fue tal vez una pequeña empresa que surgió de la nada, luchando contra todas las adversidades, a punta de esfuerzo, trabajo y dedicación. También se les olvida que en Colombia al día de hoy, más de 95% de las empresas son Mipyme, las cuales generan 71,4% del total del trabajo y 30% del PIB y cualquier obstáculo o problemas que afecte a las empresas en general, a las pequeñas las afecta en mayor medida.
Ese dialéctica donde pintan a la empresa como el enemigo, no es nueva y por ello hace muchos años ya Sir Winston Churchill decía: “algunas personas miran a la empresa privada como un lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca lechera que hay que ordeñar. Pero muy pocos la ven como el caballo sano que tira del carro.”
Lo cierto es que esta caricaturización es absolutamente contraria a la realidad. La empresa no divide, la empresa une y genera progreso. La empresa debe ser entendida más bien como ese lugar común donde confluimos y convivimos todos: trabajadores y sus familias, los proveedores, el Estado que recibe los impuestos, la comunidad, el medio ambiente y los accionistas entre otros. Es la casa de todos. El rol de la empresa no es otro; que lograr que a todos los agentes o actores, de esta “casa común”, les vaya bien.
Así a algunos les cueste creer y entender, la empresa es esa institución social que busca se maximicen los beneficios para todos sus agentes. Si señores, la idea es simple: que a todos los que conviven en esta “casa común” les vaya bien. No solo para los accionistas, como lo quieren hacer ver por ahí. Si se destruye o se ataca a la empresa como el punto de encuentro donde se generan beneficios comunes, créanlo, no se va poder generar desarrollo.
En contraste con esta realidad, los empresarios al parecer en su narrativa no han sabido mostrar el aporte que hacen a la sociedad, y se han enfocado en defender con razón aspectos relativos a la competitividad. Ya es hora de que las empresas se enfoquen a apoyar y exigir avances en los temas que afectan su entorno para lograr la transformación social que el país necesita.