Los empresarios han sido uno de los sectores de la sociedad quienes en carne propia han vivido con mayor rigor y profundidad las inclemencias de la pandemia. Es por ello que no sorprende el hecho de que, de un momento a otro, la empresa haya alcanzado una mayor relevancia en el escenario político colombiano, pasando a formar parte esencial del discurso político de muchos líderes de izquierda, centro y de derecha.
Lo cierto es que no todos ven a la empresa como el motor de la reactivación económica, sino que la perciben como ese botín con el cual pueden alimentar sus bases electorales y nutrir sus apetitos políticos.
Los anti-empresa, muchos de ellos en su vida han creado un solo empleo, pagado una nómina, o visto crecer (ni siquiera quebrar) un sueño en forma de iniciativa privada, perciben a la empresa como un limón más para exprimirlo y obtener esa limonada ácida llamada estatalización.
La empresa es algo etéreo para ellos, simplemente es una entidad ajena a las realidades, en su imaginario es una estructura opresora, y sus dueños son multimillonarios a los cuales debe cargárseles cada vez más con mayores impuestos para cumplir con sus propósitos de forjar un Estado cada vez más robusto e invasivo.
Olvidan los miles de empresarios informales, los pequeños y micro empresarios que apenas empiezan a trasegar el camino del emprendimiento. Olvidan a los millones de personas que trabajan en estas empresas, en estas primeras oportunidades de empleo, o en las miles de familia que dependen de estos trabajos para alcanzar sus sueños.
También hay otro sector que ve a la empresa como un aguacate hass. Está de moda. Hablan de ella viéndola como una parte esencial de nuestra economía, pero poco o nada entienden de los fenómenos que la rodean. Quieren que haya empresa, pero proponen crear nuevas trabas para su creación, crecimiento y financiación.
De dientes para afuera consideran y dicen protegerla, pero al tiempo, terminan imponiendo excesivas reglamentaciones fueros e incluso la aplicación de esquemas laborales desuetos, que terminan profundizando los índices de desempleo.
Por último, hay quienes vemos a la empresa como la frutilla del postre. La joya de la corona. La vemos no solo como una institución sino como el vehículo del desarrollo social y económico del país. Es la empresa nuestra mayor oportunidad para superar los estragos de la pandemia, pero también es nuestra principal arma contra el letargo en el que hemos vivido como nación.
Un Estado eficiente está compuesto por más empresas y menos burocracia; un Estado construye el bien común desde la suma de voluntades no centralizada y la protección de la propiedad privada. Acá las libertades por las que lucharon nuestros ancestros, no se construye solo a través del Estado sino mediante la estructura misma del sector privado y la participación de la sociedad civil. Bienvenido este momento en el que la empresa se volvió el centro de la conversación política. Ahora solo falta que estos nuevos actores la empiecen a comprender.