Colombia está viviendo una dura coyuntura en términos de ocupación. Las tasas de desempleo se han incrementado de manera paulatina (rozando cifras de 13%, y el juvenil cercano a 17%), derivando en un evidente problema social. Lo cierto es que existen diversas causas para el desempleo, y entre ellas se debe revisar si efectivamente la formación para el trabajo responde a las necesidades del mercado.
En diferentes espacios y foros he podido compartir con miembros de gremios, empresarios, y trabajadores que hacen un llamado para buscar una mayor pertinencia entre los puestos ofrecidos por la industria y los programas ofrecidos dentro de mercado de formación para el trabajo en Colombia. La queja constante es que existen vacantes laborales pero no personas para suplirlas. Buscar tender puentes entre ambos mercados (el de formación para el trabajo y el laboral) debería ser parte de la discusión nacional y debe ser realizado sin tintes políticos.
A lo anterior debemos sumarle que el desarrollo del talento humano es clave para enfrentar los nuevos retos que tiene el país en materia económica y social. La Economía Naranja y la Cuarta Revolución Industrial requieren para su implementación en Colombia de un capital humano formado para desarrollarse en los nuevos modelos de negocio y las nuevas tecnologías. La productividad del país depende de ello.
Actualizar el modelo de formación para el trabajo y el capital humano es requerido por varias razones: la primera y más importante para permitir una mejor empleabilidad, la segunda, para permitir la movilidad nacional e internacional del capital humano, y tercera, la creación de niveles y equivalencias que permitan a futuro un reposicionamiento salarial. Todo cambio debe realizarse de manera consensuada entre los distintos actores, sin dilaciones, pero tomando en consideración los tiempos y transiciones adecuadas para su implementación.
El mercado está empleando a profesionales universitarios en puestos diseñados para técnicos y tecnólogos. Esto demuestra que se demanda más mano de obra formada para el trabajo y no para la academia. El acceso a puestos de dirección por parte de los técnicos y tecnólogos también se ha limitado históricamente. Permitir la especialización en formación para el trabajo abriría un espacio estas personas acceder a posiciones con mejores condiciones salariales y mayores responsabilidades directivas.
Cualquier cambio de éste tipo requiere de un sistema de aseguramiento de calidad. Calidad vista desde dos ópticas que la complementan: (i) la creación de niveles permite que exista caracterización de las competencias, especialidad, y reposicionamiento salarial y (ii) el acompañamiento de pares productivos que certifiquen la pertinencia de los programas.
En cualquier caso, darle una mirada a éste sistema no solo es una necesidad imperante sino una oportunidad para fortalecer la industria, superar barreras sociales, y adentrar definitivamente al país en los esquemas internacionales de formación terciaria.