El Gobierno celebra que Colombia “no está en caos económico”. Como si eso fuera un logro. Como si gobernar fuera simplemente evitar que se hunda el barco, aunque navegue a la deriva. No estamos en caos, dicen, mientras la brújula fiscal se rompió, la confianza se esfumó y los sectores que generan empleo hacen agua.
El Banco de la República habla de “incertidumbre elevada” por tensiones externas. Fedesarrollo va más allá: la incertidumbre es de fabricación casera. Su índice Ipec saltó en junio a 280 puntos, casi tres veces el promedio histórico ¿La razón? El Gobierno suspendió la regla fiscal, el cinturón de seguridad que mantenía las cuentas bajo control. Piden confianza mientras dinamitan las reglas que la garantizaban.
El golpe más fuerte llegó con la pérdida del grado de inversión en los TES locales. Moody’s y S&P nos pasaron de “país confiable” a “país riesgoso”. Eso no es un debate teórico: significa que muchos fondos globales, que solo invierten en activos con grado de inversión, salieron corriendo de Colombia. Y salieron. Los TES se desvalorizaron, el financiamiento se encareció y el país se ganó una etiqueta que cuesta años quitarse. Lo más irónico: no se fueron “los ricos opresores” de la caricatura oficial, sino los inversionistas que garantizaban liquidez en nuestro mercado.
El elefante está en las finanzas públicas. La deuda ya ronda una cifra de 64% del PIB y puede tardar más de una década en volver a ese 55% prudente. Mientras tanto, el Gobierno presume que el límite crítico es 71%, como si endeudarse fuera deporte olímpico. Pero esa es la línea roja donde la credibilidad se evapora. Otros países sudan para bajar su deuda; aquí la tratamos como plan de ahorro.
En los sectores productivos, el panorama tampoco mejora. La construcción atraviesa siete trimestres de caída: apenas 108.000 viviendas iniciadas en el último año, el nivel más bajo desde 2012. Eso significa menos empleo urbano y menos esperanza de casa propia. En petróleo y gas, la producción cae 5% y el gas natural más de 11%. En vez de garantizar autosuficiencia energética, caminamos hacia el riesgo de importar lo que antes exportábamos. Y el carbón, motor histórico de divisas, se marchita por decisión política mientras otros países ocupan el espacio que dejamos.
El Gobierno presume que ahora el turismo trae más dólares que el carbón. Pero detrás de la foto alegre de Cartagena se esconde otra verdad: no fue estrategia, fue el derrumbe de otro sector. El país cambió barriles por mochileros, y nos venden eso como diversificación.
Lo único consistente es la improvisación. Se aplauden pequeñas victorias, se maquillan cifras y se presenta como fortaleza lo que en realidad es vulnerabilidad. “No estamos en caos” suena a consuelo de derrotado. La pregunta es: ¿hay un plan? La incertidumbre no se combate con eslogan, sino con reglas claras, responsabilidad fiscal y sectores fuertes.
No, Colombia no está en caos. Pero tampoco está en orden. Y gobernar no es celebrar que la casa no se incendió: es mantenerla firme, con bases sólidas y futuro. Hoy vivimos en un intermedio: sin derrumbe inmediato, pero con demasiadas grietas. El riesgo no es la inflación; el riesgo es la improvisación. Y de eso, no nos salva ni el café más caro ni el turista más sonriente.