Los hechos violentos acaecidos los últimos días evocan la canción de Darío Gómez, rey del despecho, titulada “dolor de patria”, pero no con la mirada melancólica de quien vive fuera de la tierra amada, sino con el dejo sombrío que provoca el caos e incertidumbre de ahora, cuya mayor debilidad y desdicha se origina paradójicamente en la interpretación y despliegue indebido de los deberes y derechos civiles, palpable en las circunstancias que tristemente parecen moldear el futuro en pro de la anarquía comunista.
Digo esto definitivamente por la conducta de los alcaldes de las principales ciudades del país, en particular en Cali donde ha prevalecido la desidia y negligencia en el manejo de los asuntos públicos, con especial acento en esta crisis que al parecer se le salió de las manos al burgomaestre o más bien creo sea cómplice silencioso y oculto de una maléfica influencia que pretende imponerse soterradamente entre nosotros, con el agravante que tiene la patética desfachatez y cinismo de culpar a otros por sus horrores.
Recordemos la amenaza del incendiario por todos conocido quien al perder las elecciones en 2018, vaticinó una revuelta de paros con los que pondría palos en la rueda al desarrollo nacional y socavaría la gobernabilidad, porque para él lo más importante es su exacerbado egocentrismo, por encima del pretendido interés general, sin embargo para desgracia suya se le atravesó la pandemia, con lo cual su maligno plan perdió relevancia, al que a última hora se le apareció el chivo expiatorio para tal fin, con la fallida reforma tributaria.
Duele ver cómo esas fuerzas del odio y el mal desconocen y pretender echar por la borda el esfuerzo titánico realizado por este Gobierno para brindar los paliativos necesarios a la población más vulnerable y con mayor afectación en la pandemia y con dialéctica vil estigmatizan y deslegitiman una labor por la que debemos estar siempre agradecidos, en donde ha habido fallas como en todo lo humano, pero el balance es más que favorable y, está claro, ha respondido debidamente a esta exigente y apremiante condición. Al respecto insisto el mayor error que origina ésta inmenso dolor está en cómo entendemos la ciudadanía, derechos y deberes, junto a su pedagogía y narrativa, donde claramente su talón de Aquiles, pero a su vez de la democracia, está en el derecho a la protesta tan mal entendido y aplicado pero sobre todo manipulado por esas fuerzas oscuras, traducido en actos vandálicos para sembrar el terror y la desolación, a lo cual hay que responder con institucionalidad y el debido ejercicio de la autoridad.
Sí a la protesta social planificada y autorizada, que no altere el orden ni perjudique a las mayorías, ni a la sociedad, de ahí que el acompañamiento policial debe ser una obligación, así como demostrar capacidad de coerción, pero sobre todo incrementar al máximo la inteligencia militar y policial contra elementos desestabilizadores, esa debe ser la consigna. ¿Por qué algunas protestas derivan en violencia? Por la falta de argumentos con la que buscan confundir y pescar en río revuelto, que dolor.