Preso de la victimización, el lenguaje colombiano no es salvador sino persecutor. De hecho, desnaturalizó los perdones.
Muchos abusan de los demás para satisfacer sus caprichos; pocos ofrecen disculpas, y acaso lo hacen por obligación, sin haber asumido contrición. Por eso invalidan la indignación de su contraparte, o solo la admiten por condescendencia: semejantes conveniencias se infiltran en diversos actos de habla.
Entretanto, la víctima se convierte en victimaria cuando el presunto verdugo no cometió infracción. También cuando su reacción es tácita o desproporcionada; acaso el transgresor actuó sin premeditación, o ignoraba la situación y sus límites. Finalmente, el resentimiento inflige cuando el perdón se otorga por constricción.
La lógica difusa y el egoísmo dañan. Las presuposiciones y las malas interpretaciones confunden a los interlocutores, y la hipersensibilidad, el orgullo o el revanchismo, pueden guiarlos a reivindicarse irrespetando al otro. También existen las creencias de que disculparse proyecta debilidad, y perdonar implica chantajear o humillar; por eso renunciamos a la oportunidad de asumir responsabilidad moral, y evitar la perpetuación del daño.
Formulamos (y procesan) de manera inadecuada las PQR hacia la inefectividad institucional y las conductas incívicas, excediendo las diplomacias (“excúseme, ¿podría…?”), las advertencias (“si no… entonces llamaré a…”), y los duelos de indirectas, descalificaciones o preguntas retóricas (¿para eso le pagan?).
Al final, el descaro vence a la sumisión o lo pasivo-agresivo, y nadie resuelve el problema: la víctima desiste o el victimario lo convierte en subyacente, cambiando el foco de la controversia al “cálmese” o “impedirá que atienda a los demás”. Colmo de males, como ninguna autoridad sale en nuestro «favor», abusamos de esa palabra para censurar comportamientos (“hágame el «favor» de no…”) o para rogar conmiseración (“por «favor», están violando mis derechos y me siento vulnerable”).
Sinsentido, morimos indignados o sobrevivimos amparados por la corrupción; condicionados por el Emotivismo Moral, pues no nos reconocemos como agentes que podrían y deberían actuar de manera correcta. Avivatos, esperamos de los demás aquello a lo que no estamos dispuestos; y, desconfiados, ni «vivimos en paz» ni «descansamos en paz».
A propósito, entre quienes agonizan, los arrepentimientos incluyen “haber alejado a sus seres queridos, por priorizar aquello que no lo valía”, “haber traicionado sus sueños o principios, para encajar con los que predominaban”, “o haber fracasado, al no satisfacer las expectativas”. Ahora, ¿qué arrepentimientos conserva hacia aquellas personas cercanas que fallecieron?, o, ¿qué remordimientos tiene hacia quienes aún viven?
Valore a sus semejantes y, en lugar de buscar culpables o asuntos pendientes, reflexione sobre qué «discul-paz» o acciones de gracias debe a quienes usa como cheques en blanco. De otro modo, las mentiras seguirán lavando sus manos, como sucedió a Lady Macbeth (Shakespeare, 1606), pues, de acuerdo con Bok (Lying, 1999), incluso aquellas piadosas lo son más para quien las recita, que para quien las recibe.
Y tampoco reprima sus lamentos y enojos: intente aclararlos. Verbigracia, si critica o se queja mucho: “Lo Siento, Perdóname, Te Amo y Gracias” (Ho’oponopono).