La economía está vacunada contra el cambio sistémico, y tanto el malestar como la inequidad son autoinmunes; las limosnas estatales son insuficientes, y las donaciones minimizan la redistribución. Como el tiempo es oro, también condeno el déficit de sueño, porque ahí no hay caridad que valga, y la vigilia cobra vidas.
Tras la antigua esclavitud, la continuidad lumínica alteró al ciclo circadiano y el sistema nervioso: el más ignorado por la ciencia. Ese oscurantismo intensificó la miopía preexistente en la economía, sin entrever que el tercer ojo, paradójicamente asociado a la iluminación mística, produce melatonina: la hormona que regula el sueño.
Usando «Pantallas de Troya», la «luz azul» habilitó la jornada global, 24/7. Deslumbrado o hipnotizado por esa espiritosa tecnología, el insomnio refleja patologías sociales -análogas a las del Ensayo Sobre la Ceguera (Saramago, 1995)-, y refuerza un ciclo vicioso donde no funciona contar ovejas mientras intenta resolver problemas, cuadrar cuentas, maquillar ojeras y ocultar derrames oculares.
Como si hubiera consumido alcohol o drogas, esa deuda de sueño anula el desempeño de las funciones ejecutivas; los dolientes lucen agotados o irritados, y la privación sobreviene en depresión (pandemia del siglo, según la OMS) y neurodegeneración, porque, cuando las neuronas silencian su ruido, durante el sueño profundo, el líquido cefalorraquídeo y las neuroglias desintoxican el cerebro.
Soñar despierto también podría defraudar a su bienestar y productividad, si declara ante la luna su amor al dinero, pues, transmutando lo romántico en tóxico, aquel probablemente no corresponderá a sus atributos, afectos y esfuerzos, e incluso se aprovechará de ellos, tal como advirtió Yeats (1899) cuando escribió: “pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños; he tendido mis sueños a tus pies; pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños”.
Desesperado por su sobrevivencia o éxito, no permita que lo pisoteen o le arrebaten su sueño, porque nunca valdrá la pena semejante empeño, y jamás podrá compensar esas carencias; además, no existen los Bancos de Sueño(s), para acceder a «créditos», como si transara dinero, y menos a «transfusiones», como si se tratara de sangre.
Evoco la polisémica expresión “Tengo un Sueño”, para que dejemos la pereza y nos inspiremos en hacer, juntos, algo socialmente trascendente; empiezo pidiendo al establecimiento que no siga destruyendo sueños, ni torturándonos con métodos insomnes, pues está violando los DD.HH. De momento, sin «reconocer» delitos de lesa humanidad -como la esclavitud, miseria e inequidad-, Biden declaró “problema de seguridad nacional” al cambio climático; como complemento, quizás en el futuro cercano la Renta Básica sea el único ingreso para todos.
Recomiendo ‘La Sociedad del Cansancio’ (Byung-Chul Han), ‘La fábrica de la Infelicidad’ (Berardi), y ‘Capitalismo Infeliz’ (Bruni); asimismo, hacer un aporte humanitario dejando de usar Facebook, Rappi y otras apps de economía colaborativa, cuya «trata» equivale a patrocinar proxenetas, terroristas o narcos. Reino Unido ya frenó a Uber, y España reconoció la presunción de laboralidad de los domiciliarios.
Por cierto, desde la Gran Recesión (2008), cada viernes que antecede al equinoccio de primavera, se celebra el Día Internacional del Sueño.