Tras el gran confinamiento, y la nueva normalidad del paro, muchos presionan para volver a la desconcertante presencialidad. Antes de la pandemia, las hacinadas aulas y oficinas vieron pasar, con pena o sin gloria, a millones de estudiantes y empleados; sin embargo, la virtualidad presuntamente impide que tengamos genios y récords de productividad.
Desde siempre, quienes buscan trabajo o seleccionan talento reconocen que, en promedio, los graduados acaso saben hacer 20% de lo que certifican, o sólo 20% de lo aprendido es útil. Absurdo, ignorando la modernización del diseño instruccional, hay voces rogando extender la jornada académica. Igual, la mayoría de los empleados o clientes podría advertir que la antigua normalidad estaba determinada por la incompetencia o negligencia, pues dedicaban 80% del tiempo a perderlo, haciendo paro o retrabajo.
La innovación y el mejoramiento continuo defraudaron. Desperdiciamos esta singularidad para erradicar anacrónicas o mediocres rutinas, y nos limitamos a transducir procedimientos del formato presencial, digitalizando formularios redundantes y solemnes cuellos de botella que nos mantienen estresados, resolviendo nimiedades o aparentando realizar contribuciones trascendentales.
Desvirtuada, la meritocracia parece telerrealidad y sus mediciones de desempeño son sofismas. Por eso siempre están presentes los lambones, haciéndose ver para ganar crédito, aunque la calidad de su trabajo permanezca en deuda y terminen delegando hacia arriba. Tales comportamientos son virales, y muchos seguirán protegiendo su trabajo usando tapabocas, y esposando sus manos al smartphone o la laptop, para marcar tarjeta.
Paradoja de Solow, la ilusión del progreso tecnológico difiere de la realidad académica-organizacional, y la virtualidad. Presentismo o ausentismo presencial, casi todos volverán a perder el tiempo entre trancones, clases-reuniones donde la mayoría agrega eslabones a las cadenas de chats-correos, o jornadas extendidas para disimular tanta inefectividad.
Perdemos el año realizando labores desconectadas, con propósitos y logros ficticios; acosados por metas irracionales o persiguiendo incentivos perversos, verbigracia a la asistencia o reproductividad, cuando transan beneficios por antigüedad o número de hijos. Entretanto, tras la reducción de la jornada laboral, la generalidad empresarial invertirá menos en capacitación, y reforzará el círculo vicioso de la Gran Reorganización: eso sí, atentos al sobreviniente fenómeno de la Gran Renuncia, en rechazo al terrorismo corporativo y burnout.
La pandemia conmemoró la Crisis del 29 aniversario de nuestra adoleciente constitución. La mayoría sobrevive inerme, porque el bienestar y progreso son selectivos, según demuestran los neoliberales criterios de vacunación de Rappi, y de cobertura para Educación Pública o Generación E. Además, el Estado activó el genocidio presencial, poniendo a competir la alternancia del desempleo con el modelo híbrido del subempleo y la limosna a cielo abierto.
Colmo de males, manipulando el aula como «j-aula», Victoria Angulo, Edna Bonilla y Claudia López, amenazan a los docentes: calienten puesto o pagarán. Ignoran las disruptivas tendencias educativas, y perpetúan la microgestión porque sus traumas adoctrinan que «… de lejos, … de pendejos».