Faire vs. fair: salary «cap-italist»
Ante la crisis sistémica, y la inefectiva negociación del mínimo, es necesario balancear la discusión de ese «piso», estableciendo un contrapeso o «techo».
El techo salarial (salary «cap») es una restricción que se impone en algunos deportes para optimizar el juego limpio («fair» play), pues la desregulación «cap-italista» minimizó la competencia, y consintió estratagemas que maximizaron la inequidad, creyendo que se valía ganar a cualquier precio (laissez «faire»).
Con el arbitraje del gobierno, gremios y sindicatos recrean la pobre final que enfrentó a los filósofos alemanes y griegos, ante un estadio vacío, con el humor de Monty Python. El incremento del mínimo usualmente empata con el del costo de vida, y la vulnerable clase media siempre pierde, y no puede prosperar, permaneciendo obligada a destinar sus ingresos exclusivamente a sobrevivencia, arriendo o comida, siendo esos rubros modelos de usura y reduflación.
Nuestras estructuras socioeconómicas están tan descompensadas, que un ajuste histórico agravaría los problemas si no adopta medidas complementarias, como el salario máximo, para equilibrar la proporcionalidad. Verbigracia, en las pequeñas empresas, que generan 90% de los empleos, el mínimo puede causar despidos o degradar los ingresos de quienes ganan más que ese umbral, porque sólo es obligatorio corregir el porcentaje de inflación. Entretanto, los oligopolios siguen agravando las brechas salariales.
En los deportes la competencia cada vez es más imperfecta como consecuencia del libertarismo, las arbitrarias fuentes de financiación, los excesos de endeudamiento y los desmesurados gastos. Para que deje de jugar con nuestra calidad de vida, sugiero a la mesa tripartida que estudie las regulaciones del “Financial Fair Play” (juego limpio financiero) y “Earnings Rule” (regla de ganancias), aunque aún no hayan tenido éxito.
Usando tácticas contables, los clubes adulteraban su funcionamiento; ahora sólo podrán destinar hasta 70% de sus ingresos a pagar salarios. Aunque eso parezca razonable, ciertamente no resolvió la inequidad interna, donde quienes más ganan acumulan ingresos por contrataciones, salarios y publicidad.
Respecto a los premios, tal como sucede en las empresas mediante los bonos de desempeño, no están sustentados por resultados excepcionales -que reportarían crecimiento orgánico o reconocimiento a la excelencia-, sino indicadores que hacen parte de la rutina para mantener su viabilidad. Al respecto, en algunas competencias el patrimonio neto debe ser positivo, o al menos mejorar 10% respecto al año anterior.
Muchas contrataciones fracasan, y otras estrellas terminan implicadas en juicios por evasión tributaria, aunque se lavan las manos pagando multas risibles. Otras, como Messi, aunque no ofrezcan valor presente ni futuro, son acogidas por ligas artificiales, como aquella donde denominan al fútbol “soccer”.
Confusamente, su “football” lo materializan multimillonarias franquicias, que asimilaron el “salary cap” (techo salarial), además del “fair play deportivo”, como mecanismo de redistribución para que los equipos con peores resultados reciban ciertas ventajas, procurando equilibrar la competencia. Finalmente, su balompié distingue las mejores “conductas”.