Las colombianas honraron a Karol G, tras protestar contra sus «abusivos» o «desiguales» precios, y asumir deuda por diversión: no para inversión. Envidian el estilo de vida narco, y la fama de su machista género musical; también admiran a Shakira, quien “no llora” cuando evade impuestos, porque “factura” para eludir la cárcel.
Inspirado por ese heroinómano realismo mágico, Petro juró a las «nadie» que “mañana será bonito”. Ahora saben que “nadie las quiso ayudar de verdad”. Previamente, los tecnócratas vulneraron su presunta clase media -pagándoles el mínimo, negándoles subsidios e imponiéndoles más carga relativa que a las millonarias-, y próximamente la inteligencia artificial las “va a echar”.
Las reformas progresistas no consideraron reparar a las Amas de Casa, adjudicándoles una renta vitalicia hasta el estrato 3, aunque hayan «trabajado gratis» para la menospreciada economía del cuidado doméstico.
Contrariando a la socialdemocracia, eligieron desquitarse contra las micro y pequeñas empresas, aunque albergan a la mayoría de las asalariadas. Igual, jamás podrían “vivir sabroso” porque los salarios y beneficios extralegales, verbigracia de Ecopetrol o el BanRepública, apenas alcanzan para esa afortunada minoría contagiada por «la Coca-Cola en el desierto».
Anacrónicos, los pliegos de peticiones del gobierno del «cambio» no ofrecieron visión, innovación ni ambición, y se limitaron a seguir luchando por nimiedades que no mejoran la dignidad, la igualdad ni el bienestar. Incluso podrían incentivar la exclusión, y reforzar la intermediación mediante las temporales, que menoscabaron el sindicalismo femenino.
Para estimular el balance vida-trabajo, y ceder algún turno laboral a las desempleadas, no contemplaron reducir la jornada a cinco horas. Además del tiempo perdido en el transporte público, ignoraron los costos que impone la engorrosa liquidación de nómina; por eso deberían eliminar los recargos y prohibir las extras, que sólo permiten a algunas personas inflar artificialmente sus ingresos, mientras descuidan a sus familias -y las demás siguen atestiguando cómo “se acumulan las facturas”-.
Tampoco propusieron institucionalizar un máximo salarial, como «contrapeso» del mínimo, aunque la inequidad es totalitaria. Hoy, pese a los aparentes progresos, la mayoría de las mujeres sigue temiendo no ser contratada o resultar despedida; ejecuta «renuncias silenciosas» o se aguanta porque no cree merecer algo mejor (gaslighting).
El siglo pasado, las protestas marchaban al ritmo del Baile de los que Sobran, cantando “jueguen a estudiar”. Ahora, el camino de menor resistencia es convertirse en «influencer»; para lograrlo, las libertinas aprenden que “sin tetas no hay paraíso”, y venden fantasías mediante OnlyFans, donde se reencaucharon antiguas famosas.
En un país donde la mayoría está desempleada, las privilegiadas corean “tengo un jefe de mierda, que no me paga bien”. Las reformas están tan maltratadas y devaluadas como casi todos los trabajos-salarios, y las predominantes madres solteras siguen sin saber cómo sobrevivir al día, llegar a fin de mes y jubilarse.