Analistas 24/05/2022

Gamificación económica y electoral

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Sorpresivamente, en el marco de la sección “¡es la economía, estúpido!”, “el juego de las afinidades” determinó que mi elección debe ser Petro: el único candidato que estudió economía.

Emulando rutinas o fusionando eventos Vuca -volátiles, inciertos, complejos o ambiguos-, los juegos permiten revelar estructuras, desafiar realidades o experimentar fantasías. Configuran supuestos, objetivos y reglas; suministran retroalimentación e incentivos, relativos o absolutos, y reducen el costo de la prueba-error.

Medios convertidos en fines, procuran satisfacer nuestra ilusión de control, proyectar absurdos sueños lúcidos o conciliar ideales incompatibles, a conveniencia. Para lograrlo, incorporan avatares exóticos y poderosas quimeras que operan como cualquier político, inventando promesas para vencer en los comicios. Esas campañas, los juegos de azar y los videojuegos parecen escapes y recaudan billones. Sin embargo, la socioeconomía sigue rogando por algún «salvador surrealista», pues permanecemos estancados y enfrentados, reflejando desacuerdos, asimetrías o inconsistencias, respecto al sistema ético que optimizaría a la humanidad.

Publicidad engañosa, la vanidosa «egonometría» y su tentadora narrativa, «hero’s journey», presuntamente empoderan y anuncian mejor desenlace, aunque nuestras misiones son anodinas y el verdadero protagonista es el «Homo Œconomicus».

En la economía real, los puntos o escalafones funcionan como placebos, pues no constituyen genuinos niveles de progreso. Sucede con el *scoring* crediticio y otros trucos que someten nuestras elecciones, como la amenaza de que una oferta desaparecerá casi instantáneamente, para estimular el consumo conspicuo o innecesario.

No disponemos de opciones ni oportunidades, y las penalizaciones acarreadas, desde que empezamos a vivir, auguran nuestro *game over*; además, tendemos a caer en trampas recurrentes o emergentes -pirámides, subastas o bolsas de valores-, que carecen de valor intrínseco y reproducen aquel «Juego del Dictador», que desiste de maximizar su utilidad esperada cuando generosamente reparte 1% de los premios entre 99% de la población.

Colmo de males, los arbitrarios criterios de regulación son auditados por agentes que exacerban los conflictos de intereses, y los desequilibrios. Incluso los sindicatos corrompieron su propósito -decretar la Aversión a la Desigualdad-, y la Gran Renuncia reforzó su desintegración. Ahora, la Unesco actualizó su declaración para “afrontar de manera responsable” los retos de la Revolución 4.0, que aprende de nuestro innoble ejemplo (causa y efecto, fuimos incapaces de crear «buenos» modelos de recomendación, desempeño y bienestar). Y concluyó que las decisiones trascendentales no deben ser tomadas por sistemas de inteligencia artificial; igual, el *triage* seguirá dependiendo de la ignorancia, conveniencia o insensibilidad de los vigilantes, oligopolios o políticos.

No creo que esto haya sido lo que soñó Stigler, Nobel de Economía 1982, cuando se inspiró en los sistemas biológicos para conceptualizar la «Economía de la Información». A imagen y semejanza del Monopoly, la modernidad no resulta lúdica y es anti evolutiva: la educación parece Máquina Tragamonedas, el trabajo Caja Misteriosa y la competencia Juego del Calamar.

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