El éxito está en decadencia, y valoramos mal la felicidad. Sofistas o falaces, tales promesas, expectativas o caprichos se heredan bajo presión social, o se contagian mediante la manipulación de incentivos contraproducentes.
Arbitrarios e insostenibles, el neoliberalismo renunció a invertir en un tetraedro y el libertinaje maximizó la endeble base de esa irregular sociedad. Anticipando el derrumbe, muchas personas decidieron «invertir» la pirámide poblacional, porque la manutención de la descendencia es prohibitiva y los trabajos lucrativos imponen cargas que no permiten estar a la altura de las obligaciones parentales.
Entre las mujeres, pocas lograron romper el “techo de cristal” y restaurar su vida familiar. Algunas sustituyeron la gestación con la gestión, y otras terminaron siendo mejores ejecutivas que madres, como Marissa Mayer, quien la década pasada asumió la presidencia de una histórica empresa tecnológica, mientras esperaba gemelas. Contraintuitiva, advirtió que trabajaría incluso durante sus labores de parto, se reintegraría a la oficina prácticamente de inmediato, y exigiría a sus empleadas lo mismo, pues estaba dando ejemplo.
Para conquistar una riqueza aparentemente fácil -pues también exige sacrificios inhumanos-, hay quienes apuestan todo a la estética, hasta que se dan cuenta de que sus activos son especulativos, y a largo plazo no tendrían rendimientos significativos.
Casi todas renuncian de manera prematura a su vocación, y luego descubren que su profesión tenía probabilidades igualmente exiguas de triunfo. Su lección de vida es que los cartones académicos funcionan como boletos para participar en juegos de azar, y el esfuerzo en el incierto y competitivo entorno laboral es usualmente estéril o disfuncional.
Entonces reivindico la libre interrupción de la carrera, planificada o no deseada, porque su evolución está malformada, ha sido producto de prácticas abusivas o el “burnout” arriesga su bienestar. Y, en clave de reproducción asistida, aúno mi apoyo a la demanda de un asistencialismo que ampare otra oportunidad, v.g. para volver a empezar a estudiar, además de un paternalismo que proteja al oficio más difícil o ingrato, patrocinando la Economía del Trabajo Doméstico y Cuidados No Remunerados.
Hoy, la gerencia luce tan desvirtuada como idealizada: igual que la maternidad; curiosamente, aquel cargo tiene mucho en común con el rol de madre soltera. Como sea, al final, tras descomponer la matriz de la humanidad, los hijos adoptivos de las empresas serán los robots, que fueron concebidos a nuestra semejanza.
No tratemos a las mujeres que no quieren tener hijos, como si tuvieran dañada su feminidad; y a los hombres que renuncian a luchar por ambiciones estereotipadas, pues cuestionan la meritocracia o el desgaste que les exigen para ver crecer su poder, tampoco les menosprecien su masculinidad.
Para colmo de males, en nuestra Unidad de Desastres hay quienes explotan el embarazo para atornillarse a los altos cargos de libre nombramiento y remoción; usan el milagro de la vida para degenerar al Estado -mientras sus hijos crecen para mantenerlas-, siendo ese tragicómico «neg-ocio» la madre del vicio y «chas-carrillo».