Las crisis económicas acosan este siglo; también las depresivas, pues, antes de la pandemia, la OMS alertaba su incidencia (Depression and Other Disorders, 2017). Atención a las variantes «nini», que padecen abandono estatal, abuso sindical o alienación laboral.
Sin emancipación, la brecha generacional difuminó a los «rebeldes», jóvenes que «ni» estudian «ni» trabajan; «resignados», adultos mayores que «ni» tienen pensión «ni» asistencia; y «reincidentes», para quienes «ni» estudiar garantizó buenos empleos «ni» renunciar a los malos es opción, porque tendrían que elegir entre algo parecido, rebusque o trabajo (doméstico) no remunerado.
Duque proclamó la gratuidad durante el primer ciclo de educación superior, en instituciones públicas; falacia estatal -sigue sin constituir derecho universal-, ese paliativo está reservado para pocos «pandemial», en desigualdad de condiciones con Generación E, donde otorgan apoyo de sostenimiento para mitigar la deserción. También anunció otro subsidio al empleo juvenil, que capitalizan las temporales; además de su limitada cobertura, tal como el exiguo Ingreso Solidario, refuerza la inequidad porque asignó menos recursos per cápita que al Paef.
Reaccionarios, dispersos y excluyentes, dichos «acuerdos» heredan discordias. Así, adictos a las crisis, confundiendo épica, culpa y vergüenza nacional, vivimos sumidos por esos placebos, la esquizofrenia y la bipolaridad (vértigo, visión borrosa, apatía, vacío existencial, desesperanza, delirios de grandeza y sentimientos de inferioridad).
Entretanto, la constitución padece el Síndrome de la Bella Durmiente; permanece sonámbula por los besos de tantos judas del poder público-privado, quienes exclaman Soñar es Gratis (“¡trabajen, vagos!”), pero cuesta tanto que empeñaron nuestro bienestar. Ahora, los «nini» no saben qué proponerse o nada les satisface, porque acarrean el trauma de las pesadillas o los sueños no cumplidos.
Antes, algunos buscaban organizaciones que parecían mejores de lo que eran, y estaban dispuestos a enfermarse (burnout) o convertirse en fraudes, para ganarse la lotería del progreso. Otros aspiraban a «tener» cosas innecesarias, mientras se quejaban de las deudas y la carestía. Los vagos concebían hijos, que traerían el pan bajo el brazo. Ciertos ilusos querían dinero fácil (realities o estafas), para demostrar que eran más vivos. Finalmente, los malos trabajadores soñaban que se les apareciera la virgen, para que no los despidieran.
Disfuncionales, nuestras entidades deberían ofrecer Primeros Auxilios Psicológicos, para manejar tantas crisis recurrentes y concurrentes. Anticipando alguna rehabilitación, que saque a los «nini» de su *zona de confort*, ansiedad o depresión laboral: ¿cómo relacionan identidad y empleabilidad?; ¿cuál es el trabajo de sus sueños?; ¿cómo expresarían ahí su autorrealización y trascendencia ocupacional?
Creyendo en la megalómana superación personal, o la tiranía de la meritocracia, ¿por qué perciben el salario emocional tan precario como el económico?; ¿para qué especulan con la plusvalía, si genera inequidad o exclusión?; ¿de qué manera el ingreso básico universal, el salario máximo y la reducción de la jornada laboral, contribuirían a que fuesen genuinos y se dediquen a explorar vocaciones, aprender y hacer algo útil para la sociedad?
Reflexione si La Vida [laboral] es Sueño: “una sombra, una ficción” (Calderón de la Barca).