Adictos a las noticias malas (doomscrolling), las buenas parecen falsos positivos. Colmo de males, los noticieros son patrocinados por los placebos de moda, y nuestro estado de ánimo, «regular», obnubila tanto como la tendenciosa inteligencia artificial y la insatisfactoria «desregulación» económica.
El pesimista «no nace». Se contagia cuando entra en contacto con los medios que transmiten exclusivamente contenidos virales: corrupción, mediocridad o violencia. Aunque parezca terapéutico, convertirnos en criticastros refuerza el malestar, la deuda percibida o la sensación de pérdida. Experimento mental, diga algo positivo de las ramas del poder; también pruebe con su entorno ocupacional. Ahora sea sardónico. Probablemente tarde menos, porque estamos programados para sobrevivir mediante esa «destrucción creativa». Sin embargo, existen hipótesis de que el lenguaje negativo disminuye el intelecto y la calidad de vida (La ciencia del lenguaje positivo, 2016).
Tome conciencia de sus tendencias, usando herramientas como el «hedonómetro» (http://hedonometer.org/). No se trata de fingir que el vaso está medio lleno; filtre el ruido usando su visión binocular, y dimensione la «profundidad» de la anómala normalidad: reenfoque su atención; amplíe su campo de visión, combine perspectivas y ajuste su ojo dominante, para no ser autodestructivo y tóxico. Procure resonar optimismo, emulando la espontánea sincronización de los relojes de péndulo que comparten soporte. Necesitamos esa vibra para dejar de ser un país «so-so», «carente de gracia» o «regular», aunque el producto de 2 noticias negativas no sea positivo.
«Bovarismo» de la Patria Boba, la más desigual de la Oecd, antes de la pandemia los tardábamos 11 generaciones para graduarnos como clase media vulnerable (¿A Broken Social Elevator?, 2018), porque las reformas tributarias no redistribuyen la riqueza y los auxilios sólo mitigan 0,3% de la pobreza (Cuota Monetaria: Estudio de Impacto. Supersubsidio, 2021).
Así sobrevivimos a otro Día de Independencia, sometidos además a la incompetencia, improvisación y descoordinación de la Alcaldía de Bogotá, Compensar y Sura.
Negligentes, sembraron incertidumbre y cosecharon caos en esta inconsecuente reactivación, exponiendo a los ciudadanos a robos y contagios en los aglomerados puntos PCR-Vacuna, donde quienes buscan segundas dosis pierden tiempo, permisos laborales y dinero, atendiendo citas en las que los tratan como «ba-sura». Obvio, dispersan las quejas usando *gaslighting*. Y terminarán dando la razón a los antivacunas, pues la apuesta es que la mayoría de *positivo*.
Penitentes, recemos la Plegaria de la Serenidad (Niebuhr, 1951) y hagamos cuarentena de *opinómetros* o noticieros, mientras meditamos leyendo ‘Cándido’ (Voltaire, 1759), para contrastar el optimismo radical -“todo sucede para bien [en] el mejor de los mundos posibles”- con su disonancia cognitiva.
El positivo «se hace» (el bobo). Sucede con quienes creen que ‘al que ayuna Dios lo ayuda, o acallan la miseria usando esa programación neurolingüística que inocula represores pasivos e inhibe la demanda de cambios estructurales (Repressive Politics of Emotional Intelligence, 2021). Sinsentido, pese a la desesperanza aprendida, “debemos cultivar nuestro jardín” (Cándido), y actuar, “siempre, con actitud positiva” (Duque).