Sesgo de confirmación, crecemos con el mito de que somos simpáticos y lideramos los escalafones de felicidad; esas trampas del lenguaje sofistican nuestra naturaleza salvaje.
Serendipia, desde inicios de siglo me cautivó el trabajo de Kahneman. Integrar la sicología comportamental y la economía de la información, permite desmentir las nociones estadísticas de la tecnocracia; también reconocer las metamorfosis del feudalismo, y las ecdisis del capitalismo. Años después, el colofón de su obra sintetizó dos sistemas de pensamiento: uno acelerado, frecuente e intenso; intuitivo, estereotipado o automático, y su antagonista (o viceversa).
Ese modelo replica nuestro entendimiento del sistema nervioso; descontando la racionalidad (limitada) y descontaminando la intención, los actos involuntarios -denominados autónomos- alteran nuestra regulación. Paradójicamente, ignoramos o negamos que nos domina ese subsistema «simpático», aunque lo exhibimos con orgullo; sobre-estimamos nuestra autonomía, tendemos a operar en modo automático y, con frecuencia, estamos fuera de control, secuestrados por el «patético» impulso visceral.
Síntoma inequívoco, emerge el estado de alerta, agitación o volátil reacción; programado para defender nuestra sobrevivencia, procura someter aquello que percibimos como amenaza (o presa fácil). Caldo de cultivo, la polarizada (y desnivelada) realidad predispone a la pugnacidad; y no somos capaces de ver salidas aunque el subsistema simpático dilate las pupilas, para afrontar semejante oscuridad, pues dicha función también agudiza la sensibilidad (fotofobia) y discriminación (óptica).
Desde que inicia la jornada, el tránsito no fluye; las bocinas exacerban el ruido, violamos (absurdas) reglas (de convivencia, p.ej.), y la maldad es el orden del día en los medios. Intentando resolver situaciones límite, el subsistema simpático destruye energía sin poder saciar la inagotable presión, y reparar los exabruptos derivados: por eso nuestro diagnóstico augura trastorno bipolar; episodios de hostilidad, resentimiento o indefensión aprendida.
Impaciente, el subsistema simpático es propenso al riesgo, y apuesta a todo o nada; si gana este lado, nubla las funciones cognitivas superiores -conciencia, discernimiento y moderación-, y todo estará perdido. Cruel casualidad, aquí también existe un subsistema «para»; en este caso, el «parasimpático» es homeostático, aunque algunos los estimulan aplicando choques eléctricos (teaser), ignorando que las neurociencias recomiendan inducirlo mediante terapia cognitiva.
Obvio, aquí usan el primer método, pues la educación (humanista) es el último punto de nuestra lista de pendientes; además, para los «reptilianos» la guerra es un derecho individual (Tratado Político. III, 13), y la Fuerza Pública es «heroica». Aunque Spinoza también reflexionó sobre la paz como elección compartida (ídem), «miss simpatía», contradictoria demagoga, verde como hulk prefiere cazar peleas y, tal como Duque, renunció a derrotar la inequidad, mala educación, recesión y crisis climática: los victimarios de la ciudadanía.
En redes sociales abundan las apariencias «empáticas»; el marketing apuesta a parecer simpático, y de verdad es «antipático»; sus estrategias «para» incitarnos a reaccionar a su conveniencia burlan a la «ética», y son «patéticas» porque funcionan.