Edén para el vivo que vive del bobo, el arquetipo del narco inspiró a quienes generan tráfico en redes «sociales»: aquellas virtuales, y las de corrupción, «eva-sión» o elusión. Ese es el «socialismo» del siglo 21, que genera Valor Económico Agregado (EVA).
Los influencer son políticos. Absurdo, cada vez que reproducen sus aberrantes contenidos, o publican referencias negativas de ellos, patrocinan su fortuna: esa palabra resalta que su aparente éxito es fortuito, aunque refleja aspectos estructurales tan indignantes, que hasta ellos ocultan sus identidades.
Por ejemplo, alias Epa: «Dane-idy», cuyo prefijo indica mentira; Barrera, siendo Colombia sinónimo de Obstáculo (por ende, Evasión), y Rojas, las señales en el semáforo de aprobación hacia nuestras Instituciones. Ahora emula a los capos, ostentando lujos pagados con dinero fácil, tirando billetes desde helicópteros y reuniéndose con caciques para entretenernos, mientras el Banco del Gobierno, cuya junta fue designada por Duque y Carrasquilla, juega ‘Amigo Secreto’ y ‘Dulce o Truco’, porque la tecnocracia capitaliza la pobreza o la ignorancia de las mayorías.
Todo es tan disfuncional, que un desprestigiado exfiscal general tuvo a bien cuestionar un innovador cambalache entre las reservas internacionales, la gestión cambiaria y la deuda pública (¿Piruetas en el Emisor?, 9/10/2021). Tacan burro los abonados a la profesionalización de esa ingeniería financiera, que permite diseñar incontables delitos de cuello blanco, como el lavado de dinero o lo revelado por Panama Papers.
Al respecto, un exdirector de la DIAN manifestó a Vicky Dávila que ese escándalo era «chimbo», y estaba colmado de Falsos Positivos (Semana, 9/10/2021). Abogando por varios influencer -ex altos cargos estatales, empresarios, deportistas y artistas-, apeló a recordar que la carga resultaba pesada, incluso para semejantes pesos pesados ($). También señaló que “desafortunadamente nadie roba $300 millones”, y que su red social no tenía la culpa de aprovechar esa “forma razonable de pagar impuestos”.
Como en tierra de ciegos el entuerto es rey, eludió la trascendencia del debate abanicando el caso Emilio Tapia, quien desde una mansión por cárcel habría robado al erario. Con la relatividad de la pena, maquilló la objetividad de la sinvergüencería. También afirmó que un paraíso fiscal “no se puede estigmatizar”, y que “el problema de los grandes evasores es que son gente de bien”, encubierta por testaferros y dedicada a la ganadería, la cirugía plástica o las fundaciones sin ánimo de lucro, que operan como fachadas para esas vacas sagradas.
Acaso dejó entrever la necesidad de eliminar la reserva tributaria y el IVA, porque refuerzan la injusticia competitiva. Como sea, limitemos la cantidad de fundaciones, ganaderos, abogados, contadores, economistas y financieros ejerciendo en el país, para reducir el hampa y tantas anomalías.
Mientras que la mayoría de los colombianos soporta la miseria o mantiene el peso de la corrupción sistemática, otros indios de clase baja o media malversan los auxilios gubernamentales. Perversos, los fraudes de quienes presuntamente son mejores resultan peores, aquí, donde lo correcto no es útil, y lo legal también parece inmoral.