La posesión presidencial de 2018 será recordada por la nefasta intervención de quien -de manera desafortunada- fue nombrado vocero del Congreso y quien no solo en su discurso dibujó un país que existe solo en su imaginación (sin que con esto quiera decir que vivimos en un paraíso) sino que no refleja la realidad política, económica y social del país. He sido absolutamente crítico con las políticas de gobierno del presidente Santos, pero “al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.
No solo su discurso fue desatinado, sino que empañó la posesión de un presidente que viene con un repertorio diferente a aquel al que estamos acostumbrados. Ernesto Macías pasará a la historia como el Nicolás Maduro de Colombia por creer en chamanes y no tener medido el pulso del país, en un momento en el que la crisis social puede crecer gracias a la absoluta polarización a la que estamos sometidos.
La cereza en el pastel de su discurso la puso la semana siguiente, anunciando que investigará si los vientos de agosto ocurridos en la posesión del presidente Iván Duque fueron producto de la intervención de chamanes que pretendieron -según él- sabotear su discurso y el del mandatario entrante. La falta de criterio a la hora de dar declaraciones lo hace merecedor de perder el título de presidente del Senado: es increíble cómo a una persona que asume esa dignidad y representa desde lo más alto una rama del poder público se le pase por la cabeza una insensatez de semejante calibre.
Lo preocupante no es su discurso, ni su falsa creencia en la intervención de chamanes en el saboteo de la posesión presidencial. Lo difícil de digerir es pensar que el Congreso de Colombia va ser liderado por un oficialismo cuyo objetivo es legislar con el espejo retrovisor puesto en el gobierno Santos y no en mirar hacia adelante, de cara a los retos que vienen para el país en materia económica y política. Solo una revolución real y no demagógica permitirá que salgamos de la cuneta en que nos hemos metido.
El Congreso tiene una deuda enorme con el país. Su ausencia legislativa es notable y la falta de dinámica y permeabilidad de los congresistas está convirtiendo a algunos en simple convidados de piedra a sueldo que no generan ningún valor al país. Para mí es claro que la deuda no va a ser saldada en la presidencia de Ernesto Macías, pero sí debemos pasarle una cuenta de cobro para que no se olvide el compromiso roto desde hace tantos años en los que el Congreso ha sido el fiel reflejo de lo que hoy es su presidente: el palo en la rueda del progreso.
Por supuesto que hay congresistas que se destacan en su compromiso, pero como diría mi madre, “una sola golondrina no hace verano”. Es deber del Congreso no buscar en chamanes las culpas de su propia incompetencia y sí, en cambio, depurarse de cara al compromiso ciudadano que han asumido por elección popular. Mientras el presidente del Senado busca meter a la cárcel a los chamanes dueños de los “vientos saboteadores”, el país deja en el escritorio reformas que se requieren tramitar con mensaje de urgencia sin importar en este momento ideologías políticas, pues estas jamás deben estar por encima de los intereses de todo un país. Es por eso que no debemos dejar que vientos distractores dispersen la verdadera agenda de Colombia, para mejorar lo edificado y no destruir lo construido.