Colombia un país sin autoestima colectiva
Colombia no está quebrada. Está emocionalmente hipotecada. El discurso técnico dice que el déficit es fiscal, pero la fractura real es simbólica: un país no puede sostener su economía si su identidad está basada en el sacrificio, la desconfianza y la sospecha del que prospera.
Se insiste en reformas estructurales, pero se evita la única reforma que nunca se ha hecho: la de la conciencia colectiva. Porque Colombia no está estancada por falta de recursos, sino por una narrativa emocional heredada que glorifica la escasez y castiga el éxito. Aquí no se cuestiona al que sobrevive frustrado, sino al que se expande sin pedir permiso.
Es un país que exporta talento, pero importa discursos de víctima. Que subsidia el presente mientras repite que el futuro está “maldito”. Que invierte en infraestructura, pero se resiste a reconstruir su autoestima como nación. Y ahí está el verdadero déficit: en lo que se cree posible.
La economía reacciona a eso. No hay plan de desarrollo que funcione si el ciudadano promedio se siente en deuda con su historia. No hay incentivo que active la inversión si el empresario se autopercibe culpable por ganar. No hay política pública sostenible si el líder actúa desde la necesidad de ser aceptado, no desde la firmeza de su visión.
El sistema financiero puede funcionar. La legislación puede ajustarse. Pero si el inconsciente colectivo sigue gobernado por el “yo no puedo”, el “esto no sirve”, o el “todos roban”, entonces cualquier intento de crecimiento será saboteado desde adentro. No por los enemigos del progreso, sino por la incapacidad emocional de sostenerlo.
No es un problema técnico. Es un tema de vibración. Y eso incomoda, porque no se mide en excel ni se resuelve con créditos multilaterales. Aquí se requiere un rediseño interno: del lenguaje, de las creencias, de la relación que tenemos con el poder, con el dinero y con la autoridad.
He visto a ejecutivos paralizados por el juicio social. A emprendedores esconder su éxito para no parecer “engreídos”. A servidores públicos elegir la inercia para evitar el señalamiento. No es falta de capacidad. Es exceso de trauma.
Este país no necesita más discursos motivacionales ni líderes salvadores. Necesita adultos emocionales capaces de liderar sin pedir aprobación, de generar riqueza sin culpa, y de influir sin manipular. Porque liderar desde la herida solo prolonga el ciclo de la victimización institucional.
La economía es un reflejo de lo que cada ciudadano sostiene en silencio. Y Colombia, aunque produce, no se permite prosperar. Aunque tiene con qué, aún no cree que merece. Por eso se repite la historia: se construye desde el esfuerzo, pero se destruye desde la culpa. Se avanza en lo técnico, pero se retrocede en lo simbólico. Porque ningún país se sostiene si su alma aún está secuestrada por el miedo a brillar.
La inflación importa. Pero lo que hunde es el relato interno que sigue actuando como si no tuviéramos derecho a más. Ese relato hay que enfrentarlo. No desde el eslogan, sino desde la estructura interna. No desde la motivación, sino desde la raíz.
Porque ningún modelo económico será viable mientras el país siga habitando mentalmente su propia ruina emocional.