Analistas 10/07/2025

El bienestar no debería ser revolucionario

Guillermo Cáez Gómez
Socio Esguerra JHR

En muchas empresas el bienestar sigue siendo confundido con buena educación. Se aplaude al jefe que da permiso para una cita médica, se enmarca como ejemplo al que permite estudiar o al que organiza una tarde de juegos como si fueran actos heroicos. Y no, no lo son. Son mínimos. Y en cualquier sociedad medianamente funcional, los mínimos no se celebran, se asumen.

Pero hemos romantizado tanto la precariedad laboral, que cualquier gesto humano parece una excepción. Nos hemos tragado el cuento de que trabajar es sinónimo de aguante. Que producir implica tragar sin preguntar, rendir sin sentir y callar para no incomodar. En ese relato, el bienestar aparece como un lujo: algo que se da cuando se puede, como si el respeto por la vida de los otros dependiera del presupuesto o del humor del gerente.

Y no. El bienestar no es un programa. Es una posición ética. No se trata de yoga los viernes o snacks orgánicos en la oficina. Se trata de recordar que detrás del cargo hay una historia, un cuerpo, una mente, un corazón que late con sus miedos, sus talentos y sus propias batallas. No contratamos “recursos”. Contratamos personas. Y cuando eso se olvida, el liderazgo se convierte en gestión de números y la cultura en una jaula disfrazada de misión.

Hay organizaciones que creen que el bienestar se resuelve con actividades lúdicas o subsidios. No han entendido que el verdadero bienestar tiene que ver con el trato cotidiano, con el reconocimiento del ser, con la posibilidad real de desarrollarse sin tener que pagar el precio de la salud mental o del alma. Se trata de construir entornos donde las personas no tengan que desdoblarse para sobrevivir ni anestesiarse para cumplir.

Una empresa no es solo un conjunto de procesos; es una experiencia humana sostenida en el tiempo. Y como toda experiencia, deja huella. La pregunta es qué tipo de huella están dejando los líderes en sus equipos: ¿una de crecimiento o una de desgaste?, ¿una de propósito o una de agotamiento silencioso

Las empresas olvidaron que no se contrata talento. Se contratan personas con talento. Y cuando uno lo olvida, deshumaniza el liderazgo, convierte al equipo en engranajes y al resultado en imposición. Pero los resultados no se logran desde la presión vacía, sino desde la conexión real. Lo que sostenibiliza a una empresa no es el Excel. Es la capacidad de formar seres humanos que piensen, sientan y crezcan. El liderazgo de verdad no forma autómatas obedientes: forma sus reemplazos.

Porque quien lidera con humanidad no teme dejar legado. Sabe que un equipo que se siente visto, escuchado y respetado, es un equipo que responde. No por miedo. Por compromiso. Y ahí está la verdadera fidelización: no en la nómina, sino en la conexión. El bienestar no es un favor.

Es el punto de partida. Y quien no lo entienda, tarde o temprano se quedará solo, rodeado de robots que no piensan, que no sienten, y que tampoco innovan.

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Cultura organizacional - Bienestar