Esta columna no pretende analizar el resultado de las elecciones y no quiero ser el “gracias Farid” de los columnistas de opinión, pero pasada la primera vuelta presidencial se dio lo que estaba más que cantado. Un centro perdido por no asumir posturas y que fue castigado por tratar de levantar cabeza muy tarde, otro que con buenas intenciones se quedó en el camino por una mala estrategia y en segunda vuelta están por un lado un candidato con mayoría (no absoluta) y otro que muy pocas personas veían como opción.
El resultado a mi juicio más que ser “anti-establecimiento”, es la muestra que por lo menos la forma de hacer política tradicional cambió y lo que es obvio, que la narrativa ya no seduce. Contrario a entrar a un análisis de la psicología detrás del votante, lo que me ocuparé en este espacio es en poner un punto sobre la mesa que es el más preocupante: La resistencia al cambio. Corre un dicho de que el humano es un animal de costumbres, que sus hábitos incluso pueden modificarse con tan solo veintiún días, pero en el caso de Colombia los humanos actuamos en su gran mayoría en contra de la naturaleza y me explico por qué.
En la naturaleza las especies se adaptan a los cambios casi que de forma sincrónica a cómo van aconteciendo en su entorno. Por el contrario, los humanos nos oponemos a que nos alteren las condiciones, nos resistimos al cambio de la corriente y nos ahogamos con nuestras propias creencias y suposiciones como si el universo se contrajera o expandiera por nuestras decisiones. Nunca veremos el drama de un león que resulta vencido en la lucha por el dominio de la manada, pues en contraposición si este pierde el control, lo asume sin más consideraciones.
Muchos podrán decir que es imposible comparar al humano “racional” frente al resto de las especies que no tienen la capacidad de discernir. Esa es una falacia, pues el actuar del votante activo colombiano demuestra en un buen número una completa irracionalidad en la forma que define su opción que queda en evidencia en la forma que aborda el debate con su contradictor. Todo esto es porque el verdadero peligro no está en la corriente política que termine siendo la que gobierne este país, sino la imposibilidad de adaptación a una nueva visión y de asumir el reto que significa gobernar un país con tantas carencias.
En otros países en los que la resistencia al cambio es mucho más baja, sus ciudadanos se amoldan a políticas diferentes, las empresas se ajustan a la tendencia que gobierne y en general el país se mueve de manera coordinada con la corriente al mando (sin que eso signifique que no hay debate y oposición). Esa tendencia natural no se da en Colombia y con esta, corre peligro la estabilidad económica, jurídica y social por cuenta de esa obstinada actitud de no permitir que sean otros quienes demuestren la capacidad o no para generar los cambios estructurales que se necesitan para que el país deje de pensar en minorías, para alienarse con las necesidades de un grupo mayoritario que ha estado excluido de la conversación.
Así que queridas lectoras y lectores, recuerden que por tratar de nadar contra la corriente se pueden ahogar y que en todo caso nuestra democracia es representativa y en ese orden de ideas no se trata de elegir entre lo que hay. No estamos en un reality show en donde elegir mal no afecta sino a un puñado de concursantes. Así que antes de subirse a cualquiera de los buses reconsideren su postura frente al cambio, adáptense -si es del caso- y voten seguros de que esa persona quien los representa y no por evitar una variación de la tendencia tradicional.