Analistas 16/12/2021

Tingo, tingo, tango

Guillermo Cáez Gómez
Abogado y consultor en riesgos

Estuve cerca de ocho meses fuera de Colombia y en ese tiempo tuve la gran fortuna de entender aún más las necesidades de nuestro país, incluso las más simples. En Colombia es un lujo poder ejercer derechos como la libre locomoción, pues ni siquiera las ciudades tienen lugares seguros y en buen estado.

En Colombia la seguridad es un bien de lujo que tan solo cierta parte de la población con mayor capacidad económica puede disfrutar (con miedo). Los servicios básicos y el desarrollo de infraestructura de ciudad son dos espejismos que tenemos en Colombia. La tolerancia con la ilegalidad en todas sus formas es una constante en un país. Corrupción, narcotráfico y muchas formas de delitos trasnacionales tienen base en Colombia justo en frente de las narices de las entidades que dicen controlar -para no perder el poder político- pero en realidad dejan pasar los verdaderos intereses del país.

Esa misma inoperancia del Estado ha hecho que fenómenos como el de linchar a personas capturadas por robo sea una constante en redes sociales, pues ni la policía tiene la capacidad para atender las necesidades de las ciudades; mucho menos la Fiscalía, que a veces y en algunos casos pareciera que obrara con intención que todo saliera como está pasando en la actualidad. Ni hablar de la salud: ya sabemos que es una deuda en cobertura y en calidad.

Nos acostumbramos a vivir a la maldita sea, culpándonos los unos con los otros sin que nadie en el país asuma la responsabilidad de lo que está sucediendo. Colombia, en términos generales, puede encajar perfectamente dentro de la definición de Estado inoperante: una constitución que parece un poema, pero es tan solo una ilusión o fantasía que existe en el papel porque en la realidad la ausencia del Estado es evidente.

Lo que agrava aún más todo esto, queridas lectoras y lectores, es que nosotros como votantes tampoco hemos asumido nuestra responsabilidad, pues en una democracia representativa un cargo de elección se ocupa por la mayoría de los votos. Así que no es solo señalar, sino cuestionarnos acerca de cómo estamos ejerciendo uno de los pocos derechos que puede estar medianamente cubierto. Preferimos las tejas, el cemento, la gallina y el alcohol en vez de buscar opciones que permitan salir del círculo vicioso en el que nos encontramos durante toda nuestra historia como república.

Pero no siendo completo todo este panorama: a la responsabilidad política en todo este estado tóxico (‘te doy pero no te doy’) le pasa como el juego del “tingo, tingo, tango” de manos en manos, sin que ninguno de los dirigentes le dé la cara a la ciudadanía y con gallardía asuma que ocupar un cargo público debería venir con el altruismo; por el contrario, esos dirigentes muestran poco interés en que la realidad del país se revierta. Es por eso que, así como escribí en mi anterior columna, debemos empezar a exigir en estas próximas elecciones debates sobre las propuestas y castigar en el ejercicio democrático a aquellos que son sanguijuelas del país, de los presupuestos y de la división de nuestra nación.

No puede ser posible que en Colombia no tengamos la capacidad de generar cambios y estemos contradictoriamente inconformes pero inamovibles. Si esperamos que un puñado de personas resuelva los problemas de cincuenta millones de habitantes, será mejor que aceptemos nuestro fracaso como país y busquemos irnos al metaverso, a ver si en versión digital logramos tener mejores indicadores y comportamientos acordes a un modelo de sociedad que solo existe en el papel, que, como sabemos, lo aguanta todo.

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