En los últimos días del año salió al aire una campaña de la Federación de Cafeteros, invitando al consumidor a que se asegure que su café sea 100 % colombiano, complementado con los testimonios de productores, contando el esfuerzo que hacen.
Se pretende despertar un sentimiento nacionalista, además de uno de solidaridad con el cafetero, lo que no tiene sentido, cuando desde sus inicios -hace más de 200 años- hemos producido para exportar.
Estas campañas van siempre respaldadas por los proteccionistas, sacrificando al consumidor, que queda condenado a un alto precio y pierde su libertad de elegir el mejor producto o el que se adecúa a su paladar. Propiciar ese peligroso nacionalismo, es invitar al actual gobierno a cerrar la economía, a no ser que la intención sea complacerlo.
Pero en este caso -con razones de tipo político e ideológico-, no podrán cambiar tan fácilmente las costumbres del comprador que -en un producto de consumo diario, generalmente de bajo precio-, tiene habituadas sus papilas gustativas a un tipo de café, que le generan absoluta recordación.
Las tiendas Juan Valdez creadas en diciembre de 2002, iniciando la exitosa oferta de sitios para disfrutar un buen café, fueron precedidas de experiencias como Amor Perfecto y Oma, ofreciendo café de la mejor calidad. La preparación en presencia del comprador, se ha replicado por muchas nuevas cadenas, así como por exquisitas tiendas de cafés especiales, atendidas algunas veces por baristas, explicando las diferentes formas de preparación para sofisticados consumidores, con buena capacidad de compra.
Pero la campaña olvida que estas marcas han llevado también el café, para venderlo por libras en los supermercados y, mientras un café tradicional tiene un precio de $15.000 por libra, un café excelso colombiano vale entre $40.000 y $80.000. Razón por la que, a pesar de que hace veintidós años se inicio esta nueva era del consumo, a duras penas ese tipo de café alcanza los 150.000 sacos, que frente a 11,5 millones de producción. O, a los tres millones que procesa la industria tostadora para el mercado interno, aún significan muy poco.
La razón obviamente radica en la falta de capacidad de compra y la gran masa de consumidores, cuyas papilas gustativas están acostumbradas a ese café, que 90 % de los casos lo consumen con azúcar o panela.
La campaña es una afrenta contra la industria nacional, que hace grandes esfuerzos por su mercado. Nunca olvido el entusiasmo y el apoyo a la campaña Toma Café, que iniciamos en 2007 en Federacafe, y que se ha visto obligada a consumir café importado para poder cumplir con el perfil de taza que su consumidor demanda, y así satisfacerlo.
Debemos entender que esa gran masa de consumidores se acostumbró a ese café fabricado con pasilla, que ordinariamente era mínimo 5 % de la producción agrícola -y se entregaba como un impuesto al Fondo del Café-, por lo que también se amoldaron al precio. Ese café para fortuna ya se produce muy poco, por la erradicación del cultivo de pisos térmicos bajos.
La actual campaña, además, tiene el peligro de fortalecer la petición de los parlamentarios que, haciendo populismo, están presionando a Mincomercio para que prohíba la importación de café, que es fundamental para la industria.