De forma increíble muchos dirigentes, invadidos por el pánico de la pandemia se han dedicado a enarbolar la bandera de la seguridad alimentaria, precisamente en el momento en que Colombia ha demostrado su autosuficiencia, tanto de productos frescos como procesados.
Ilusos pretenden subir aranceles, para enriquecer a unos pocos ineficientes a costa del bolsillo de los pobres, a los que a duras penas les alcanza para alimentarse.
Nada ha beneficiado mas a las familias colombianas que el poder acceder a fuentes proteínicas como, pollo, cerdo, huevo, pescado, leche; gracias a que la industria de concentrados para animales, logra importar a precio internacional maíz, sorgo y soya, que en la alimentación de estos animales representan en muchos casos hasta 75% del costo total. Los tratados internacionales de comercio han hecho posible que este beneficio pueda llegar a consumidores para quienes antes era un lujo, reservado solo para los mas pudientes. No podemos volver a la época en la que un pobre comía pollo solo cuando está enfermo.
Es increíble escuchar a grandes economistas y líderes empresariales preguntando porque estos animales en Colombia tienen que comer maíz del exterior, alarmados porque importamos 8,1 millones de toneladas de maíz y soya, y adicionalmente trigo y cebada, por más de dos millones. La sencilla respuesta es: Colombia no tiene oferta climática para producir a bajo precio, la productividad por hectárea es muy baja dado que las plantas reciben 40% menos luz que en EE.UU. y Suramérica (10 horas vs. 15 horas), por lo tanto, la radiación solar que es la energía transformada por la planta en alimento, no permite competir. Además, no contamos con tierras planas adecuadas para desarrollar una agricultura mecanizada en la zona Andina.
Por más que se diga que somos una despensa agrícola, eso no es cierto en cereales, requeriríamos mas de tres millones de hectáreas. En la altillanura toca crear el suelo, invirtiendo por muchos años, para tratar de obtener tierra apta, después de vencer los obstáculos legales y de infraestructura, así como adaptar semillas. De lograrlo, además no es un generador de empleo, solo podría ser competitivo absolutamente mecanizado.
Producimos desde 1990 el mismo millón de toneladas en maíz blanco y amarillo para arepas, y el TLC apenas inició operaciones en 2011, por lo tanto, esa no es la explicación por la que no se cultiva maíz en Colombia. Ciegos los empresarios si con décadas de protección no vieron la oportunidad de negocio.
De la misma manera parece absurdo que propongan ahora autosuficiencia alimentaria para campesinos, cuando están vendiendo bien, lo que de manera especializada producen y les permite comprar el resto de su canasta familiar.
Es respetable nombrar funcionarios por razones políticas así desconozcan el sector, pero eso no le da licencia al Ministro de Agricultura para afirmar, “Tenemos que usar mejor nuestros suelos. Esos monocultivos de los pequeños agricultores han puesto en riesgo la seguridad alimentaria”.
Debe saber que la especialización y el intercambio comercial llevan siglos generando bienestar.
Una tonelada de maíz se importa por menos de US$190 y una tonelada de café se exporta por US$3.400.
¿Que decisión debe tomar un agricultor?