La misión de estudios para la competitividad del café, abordó importantes temas que parecen olvidarse -pero que no pierden vigencia- más aún si tenemos en cuenta que semanalmente vemos artículos señalando la falta de mano de obra como un grave problema a solucionar por parte de los cafeteros.
“El entorno social del café” es el título del capítulo V que vale la pena profundizar, porque afirma que “ la población cafetera se ha vuelto más vulnerable en el entorno volátil en el cual se tiene que desempeñar, porque es pobre, se ha envejecido, tiene pocos años de educación y se mueve en un mercado laboral predominantemente informal”, un cuadro dramático que no puede -ni debe- dejarse a un lado.
Desde luego que compartimos la posición de la Misión en cuanto a que el objeto de la Federación Nacional de Cafeteros debe ser dedicarse exclusivamente a la productividad, que determina el ingreso, sin el cual la actividad pierde su razón de existir. Si el ingreso es suficiente los demás problemas se van arreglando. En consecuencia los esfuerzos por mejorar la calidad de vida de las familias deben ser una responsabilidad del Estado y no distraer a la Federación en esa labor.
Los indicadores de calidad de vida, históricamente fueron mejores en los departamentos cafeteros pero ya no lo son, porque la acción del Estado ha nivelado a los no cafeteros, y también porque se desplazó el cultivo a departamentos más pobres, como Huila, Cauca y Nariño, en donde la acción del gremio no llegó, porque su gran impulso coincidió con la época de “vacas flacas” de la institución, que en épocas de prosperidad fue determinante para la prosperidad de Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda y Valle del Cauca.
Señala el estudio que 70% de los cafeteros están en Sisben 1 y 2, clasificados como pobres, y en los departamentos del sur, estos representan 94%. Señala con gran preocupación, que puede constituirse en una barrera de entrada a los mercados internacionales el hecho de que solo 2% de los trabajadores asalariados del café se encontraban afiliados a pensiones, teniendo en cuenta que en otros cultivos agrícolas es de 11,5 % y en la industria y los servicios es de 35%. De la misma manera destaca cómo los jornaleros asalariados del café reciben hoy 70% del salario mínimo, cuando en el año 1995 recibían 106 %.
Convergen cuatro problemas para afrontar, determinantes del riesgo económico y social: la baja productividad que genera disminución de la rentabilidad; el desplazamiento al sur del país, donde encontró mayor pobreza; el aumento de la edad del cafetero y la inexistencia de la generación de relevo que emigró a las ciudades, y la informalidad laboral.
Se confirma que en el siglo XXI la caficultura sirve para combatir la pobreza pero no para generar riqueza. Por lo tanto, cumple un papel muy importante en los nuevos departamentos con gente joven en pequeña propiedad, siempre y cuando el gremio se comprometa en la tarea de lograr una productividad alta que garantice la sostenibilidad.
El Estado debe suministrar educación, salud, carreteras, comunicaciones modernas y vivienda a todos los nuevos caficultores, labor que ya no compete -ni tiene capacidad- de hacer la Federación Nacional de Cafeteros.
El aumento de la edad del cafetero es un problema que requiere pensión del Estado, totalmente subsidiada, que puede ser contra entrega de la tierra, para llevar población rural, pobre, joven, que encuentre en el café una solución de vida.