En la pasada asamblea de la Andi, Jorge Enrique Robledo y Gustavo Petro centraron parte de su presentación en el supuesto desastre de la agricultura colombiana, como consecuencia de la apertura de los años 90 y de los tratados internacionales de comercio; una convicción de la que no han podido salir, a pesar de que los hechos y las cifras son protuberantes y los desmienten.
Manipulan con esta afirmación, dado que por razones ideológicas son enemigos del comercio internacional como fuente de crecimiento, y sueñan con una economía autárquica, que fracasó.
Desafortunadamente muy pocos los contradicen -porque nada da más dividendos que hablar de los campesinos-, si tenemos en cuenta que la mayoría de habitantes urbanos provienen del campo, lo más lejos en tercera generación y por lo tanto, su vida y sus bienes los tienen en la ciudad, pero sienten nostalgia, y en muchos casos pesar por quienes aún viven en las áreas rurales.
Pero la verdad es que, en los últimos 30 años, el campo ha progresado. En la mayoría de los productos ha crecido la producción hasta en 500%, por aumento de área y de la productividad por hectárea.
Aceptemos el incremento en palma, café, banano, flores, leche, aguacate, caña de azúcar y panelera, cacao, cítricos, y plátano, entre otros, ha sido impresionante. Además en hortalizas, verduras y tubérculos, productos frescos, perecederos, la producción ha tenido un crecimiento descomunal, cuando se consolidó la urbanización del país y creció la población, hoy abastecida adecuadamente. Solo basta mirar estadísticas de lo que ingresa diario a las centrales de abastos.
Capítulo aparte merecen la industria avícola, porcícola y piscícola. Son sectores que ahora permiten que los colombianos consuman proteínas mucho más baratas, lo que da acceso a poblaciones pobres que, en 1990, no tenían posibilidades de comerse un pollo y menos un huevo al día.
Precisamente, gracias a la apertura y a los tratados comerciales, estos sectores tuvieron acceso a los cereales para preparar los concentrados y han podido aumentar su producción de forma exorbitante, accediendo a materias primas a precios competitivos internacionalmente.
Antes protegíamos a productores ineficientes con un enorme poder político, que insistían en usar los aranceles para hacer rentable cultivos, que por razones naturales no tiene ninguna posibilidad de alcanzar productividad de los países con estaciones. Teníamos condenados a los pobres a consumir caro, y a no acceder a esta proteína animal, para favorecer a unos pocos grandes agricultores.
Por consiguiente, no nos dejemos engañar con el cuento del desastre porque han disminuido la producción de maíz, sorgo, soya, trigo y cebada, cuando son una fuente alimenticia de las poblaciones de menores ingresos y no existe razón para producirlos en el trópico.
Colombia es superavitario en la balanza comercial del sector agropecuario; exportamos productos hasta por más de 5.000 toneladas, e importamos de 150 a 300 como el caso de los cereales. Ese desgastado discurso de que importamos más de 10 millones de toneladas de alimentos esta trillado y no tiene sentido, cuando las importaciones van en defensa del bolsillo del consumidor más necesitado, mientras Petro y Robledo van en contra de los pobres.