Es indispensable aprovechar el buen comportamiento del precio del café para ilustrar lo que debe ser una política cafetera seria, de mediano y largo plazo, que contribuya a garantizar “Permanencia, Sostenibilidad y Futuro” a la caficultura, un postulado fundamental, como la que se acordó a partir de 2008.
El primer objetivo tiene que ser el de conseguir un buen ingreso para el cultivador, que le permita cumplir las premisas, que depende básicamente de la multiplicación de precio por cantidad.
Como el precio depende del conformado en la bolsa de Nueva York, por oferta y demanda mundial y las expectativas de abastecimiento futuro, el productor no tiene ninguna capacidad de influir, pero sí la de utilizar los instrumentos que ofrece la misma bolsa para protegerse, como la venta de café a futuro.
Este es el momento perfecto para revivir este mecanismo, ofreciendo la oportunidad de comprometer, por ejemplo, hasta 30 % de la cosecha, con un tope de 100 cargas por productor, para defender la pequeña caficultura.
Todos sabíamos del aumento de la cosecha de Brasil, que llevaba el precio abajo, pero por suerte, el problema de Vietnam sostuvo el precio en un nivel muy bueno; es preciso usarlo para no depender de la desgracia de otros países. Tampoco descartar que los recursos del Fondo de Estabilización puedan usarse para adquirir opciones, con un aporte del productor, que es un seguro de precio no vinculado a la entrega del café.
Desafortunadamente no hemos terminado de arreglar el lío pasado, ocasionado por grandes productores, unas pocas cooperativas, y la falta de reglamentación de la Fedecafé. Esto no es excusa para que la nueva administración no se ocupe de corregir y marchar hacia adelante.
Además, recordemos que la garantía de compra es el instrumento fundamental de la política de ingreso, no sólo por ser el único producto que permite a los productores poder vender si limite, sino porque la Federación fija cada día un precio por encima del cual los exportadores privados deben pagar para adquirir el grano. Si ellos compran el 80 % de la cosecha, significa que gracias a un mecanismo de mercado, completamente abierto, los productores reciben un ingreso superior a la base fijada.
Somos el país en el que los cultivadores reciben una mayor proporción del precio internacional, gracias a que el techo de precio lo fija el mercado, y el cultivador, a pesar de tener asimetría de información con relación a un exportador, está tranquilo porque el piso lo fija su propio gremio.
La cantidad la determina la productividad, que depende del número de árboles por hectárea y su edad. Para incrementarla se requiere adoptar y financiar una política de renovación de cafetales, seria y permanente; en eso se ha fallado en los últimos años.
Ya se demostró que sí se puede, cuando en 2007 Gabriel Silva propuso al gobierno alcanzar 14 millones de sacos en el 2014, -partiendo de 8 y se lograron- apoyando a los cafeteros de menos de cinco hectáreas, con cafetales envejecidos. Se propuso llevar la producción a 20 millones para el 2020, redoblando esfuerzos de productividad, pero no se logró, por apatía de los gerentes que lo sucedieron.
Definir una política y convertirla en un propósito nacional requiere de liderazgo, visión y convicción.