En este mundo cambiante, está comprobado que, aplicando las mismas medidas del pasado, los resultados que se obtienen no serán los mismos. Por esta razón pienso que hoy se deben modificar, sin temor, una buena parte de las estructuras e instrumentos, para adaptarlos al mercado moderno.
Señalaba la Misión de estudios para la competitividad de la caficultura, que dirigió Juan José Echavarría, que “en las nuevas circunstancias, la institucionalidad cafetera, diseñada para otras épocas, aparece sobredimensionada, inflexible y poco transparente...”
En primer lugar, existen dos estructuras para hacer el mismo oficio, por lo que se debe hacer el esfuerzo de consolidar las dos en una sola, adaptada a la nueva realidad. Me refiero a que no tiene sentido que existan la Federación Nacional de Cafeteros y el sistema cooperativo cafetero.
Hoy, cerca de treinta cooperativas desarrollan la comercialización del café, como compradores cercanos al agricultor y además, incursionando con éxito en la comercialización interna y externa. Muchas prestan a los asociados servicios de crédito, compra de café a futuro, financiación y venta de fertilizantes, trilla del grano, programas de salud, educación y muchos otros servicios, además de asistencia técnica. Su administración funciona eficientemente, con bajos costos y sin ayudas presupuestales del Fondo Nacional del Café; por consiguiente, se debería consolidar una única cooperativa por departamento, sólida, con todos los cafeteros como socios y muy cercana al productor.
Es fundamental que todos los departamentos compitan en el mercado internacional, vendiendo café de origen y calidades especiales, maximizando el ingreso del productor, como sucede en Brasil.
Inclusive, se debería dejar a Expocafé como propiedad de todas las cooperativas, para comercializar café estándar, y ofrecer el servicio, -como ente privado- a todos los departamentos. Ya está demostrado que, en capital utilizado, es más eficiente para exportar un millón de sacos que el Fondo Nacional, incluso a pesar de las pérdidas del año anterior, circunstancia que se puede subsanar con una administración muy experimentada y profesional. La garantía de compra la otorgan realmente las cooperativas. Deben subsidiarse, como hoy, con recursos del Fondo a los municipios no autosostenibles.
El poder de los comités de cafeteros proviene de la oficina central y del presupuesto que se les asigna de parte de la contribución cafetera. Desde luego, esto les otorga la posibilidad de ejecutar obras públicas en las regiones, sustituyendo al Estado, que es una de las tareas que en la nueva realidad no tienen porqué cumplir los cafeteros, precisamente, lo que los dirigentes no quieren soltar.
Lo que sí se debe definir a fondo es cómo fusionar el comité y la cooperativa en cada departamento, para no duplicar gastos, y solo cumplir estrictamente lo que el cafetero requiere para aumentar la productividad y comercializar el café.
Una Federación conformada por esas nuevas cooperativas de cada departamento, debe administrar el Fondo, como comprador de última instancia; recaudaría la contribución para distribuirla al único ente resultante en cada territorio, pero, en todo caso, respetando que ese nuevo ente regional sea el que, autónomamente, ejecute sus recursos.