El capitalismo es el propósito de acumular capital. El capital, a su vez, es la estimación de la capacidad de producir y distribuir bienes y servicios de un sistema económico. Reproducirlo y transformarlo es tarea compleja: exige reglas para escoger entre alternativas, pero no hay garantía de acierto. Para decidir es preciso analizar oportunidades y riesgos antes de comprometer en inversiones los recursos ahorrados, que corresponden a la porción del ingreso no consumida. Se necesitan buenas reglas para formar los órganos de administración a cargo de las decisiones, y límites de autoridad claros, dado que siempre hay restricciones de diversa índole. En los sistemas políticos propicios a la propiedad privada de los medios de producción y distribución la cúpula de la administración del capital suele reflejar la composición accionaria; sin embargo, los mercados modernos valoran juntas directivas con participación de personas idóneas sin vínculo con la propiedad, para aumentar la probabilidad de acierto y evitar conflicto de intereses en las decisiones.
También procede acumular capital físico y humano en las instituciones públicas, cuyos mecanismos de decisión en el siglo 21 deben cimentarse en la participación ciudadana bajo el principio de la igualdad, el respeto y la solidaridad. La democracia exige creciente nivel de educación para que las determinaciones sean sólidas. Los sistemas autoritarios, respaldados en coerción, tienden a ceder a la tentación totalitaria, alimentan el burocratismo e inhiben la creatividad. El objetivo de las instituciones públicas es más difuso que el de las privadas, aunque no menos importante: deben promover seguridad y justicia, educación y construcción de conocimiento, proveer servicios de salud e infraestructura, e impulsar con sentido crítico iniciativas en diversos frentes, en especial en el marco normativo. Se requieren ajustes periódicos en sus sistemas de decisión porque el mundo cambia de diversas formas. Así, el comercio impulsa la competencia entre opciones de consumo, y la tecnología, cada día más compleja, concentra la oferta en algunos sectores de la economía.
La distribución de decisiones entre lo público y lo privado es compleja. La regulación es necesaria para hacer fluidos los procesos necesarios para el cumplimiento de los propósitos públicos. La innovación, producto natural de ambientes democráticos, con espacio para la divergencia, promueve el crecimiento económico, pero a veces abre espacios para abusos e ineficiente asignación de recursos. De otra parte, hay tareas a cargo del Estado cuyos riesgos inherentes desbordan la capacidad del capital privado.
La tendencia de la vida a prolongarse mucho más allá de su fase productiva obliga a todos los humanos a reservar recursos y practicar el capitalismo para tener una vejez digna, apoyada en los recursos ahorrados, de modo que la inversión proteja y aumente la capacidad de consumo futuro. El Estado debe ofrecer una malla protectora básica y la inversión con gestión del capital privado debe sujetarse a criterios profesionales. Capitalismo y democracia son propósitos cuyo vínculo se robustece con mejor educación, que mitiga riesgos de manipulación. El mundo exige decisiones más complejas cada día, lo cual hace necesario el compromiso de toda la humanidad para atender tareas en lo ambiental, promover el crecimiento, reducir desigualdades y evitar abusos.