La relación entre especies vivas y entre miembros de una especie es compleja: hay competencia por recursos e interdependencia. Las condiciones del contexto en que se desenvuelve la vida no son de equilibrio estable: la tierra está sometida a la incidencia de fluctuaciones en la masa solar, la masa acuosa de los mares y la magma de su interior. Además hay perturbaciones significativas causadas por homo sapiens, especie animal dominante en el planeta. Apareció hace unos 300.000 años, con características anatómicas y fisiológicas singulares, que se traducen en capacidad de comunicación con referencia a pasado y futuro mediante lenguaje, que guarda cierta correspondencia con estructuras que gobiernan la conducta.
La especie humana desarrolló destrezas para usar objetos mucho más allá de lo posible para cualquier otro animal y acabó con otras especies del género homínido. Al finalizar la última glaciación hizo el tránsito de cazadora y recolectora a cultivadora, para lo cual arrasó con selvas y produjo su sustento de manera ordenada. Estableció ciclos para el trabajo en armonía con las estaciones en latitudes septentrionales, a las que corresponde el grueso de la corteza terrestre y la biomasa tras la fractura, hace 200 millones de años, de Pangea, el continente único original. Además extendió su ámbito a toda la tierra, suceso insólito en los mamíferos, en forma paulatina.
La humanidad labró procesos complejos de convivencia mediante instituciones políticas y religiosas, acumuló energía en forma de inventario de productos agrícolas, registró hechos con apoyo en la escritura, y formó comunidades que se unieron para hacer efectivo el monopolio de la coerción en un territorio. En historia desde el neolítico abundan violencia y depredación ambiental. La humanidad se organizó bajo la premisa de que la conquista de territorio ajeno aumenta la capacidad de exacción a subordinados para beneficio de estamentos directivos. La diferencia en destrezas impulsó separaciones funcionales entre capas sociales.
La población humana aumentó en forma sostenida y con ella la presión sobre el resto de las especies vivas en pugna por energía solar transformada en plantas mediante la fotosíntesis gracias a la clorofila, y en proteína animal con mucho consumo de energía por unidad de masa transformada. El crecimiento poblacional aumentó las interacciones; la consecuencia natural fueron plagas, con reducciones masivas de número de personas en Eurasia, y aumento en el valor relativo del trabajo al normalizarse las circunstancias. En el siglo diecinueve surgieron los servicios públicos domiciliarios, que desembocaron en mejores prácticas sanitarias y aumento de la población, que se dobló en ese siglo y se cuadruplicó en el siguiente.
Nuestros niveles de consumo de otras especies vegetales y animales, y el deterioro del contexto para todos, para nuestro aparente beneficio, apuntan al límite de lo sostenible, pero no hemos entendido que formamos parte de un todo cuya dignidad se puede valorar de manera menos antropocéntrica, más consecuente con la realidad: somos solo una especie en este planeta, en un sistema solar de una galaxia mediocre, en un universo de dimensiones impensables que en toda probabilidad es solo uno de muchos. Sabemos muy poco pero presumimos mucho. Entender lo evidente puede abrir el paso a mejores formas de ordenamiento de la tierra.