El presidente de Latinia, en instante de inspiración, entendió que era necesario reformar el Estado. Buscó ayuda, pero sus activistas estaban dedicados al delirio propio de su sesgo ideológico, y los técnicos del país estaban ocupados con ecuaciones. Le preguntó al embolador de palacio qué haría en su lugar. La respuesta fue clara: busque la ayuda de algún sabio de bien lejos, que no piense como usted, y pídale ayuda. Recordó en ese momento al profesor Monteblanco, que enseñaba Instituciones Colombianas a los estudiantes de ingeniería de la Universidad de Atricia. Se puso en contacto con el profesor, quien resultó simpático y sencillo. Conversaron largo y animado por teléfono como viejos amigos. Al presidente le quedó claro que lo establecido era muy deficiente, por lo cual mejorarlo era fácil; solo era preciso enderezar lo determinante de un buen conjunto de procesos: cómo hacer reglas de conducta y cómo juzgar si las conductas atienden las reglas. Era necesario devolver la prelación al legislador, subordinado de la administración de turno desde que se separó Latinia de Hispania 200 años antes. Además, era evidente la importancia de hacer de hacer eficaz la justicia. Convinieron que el propósito último del sistema político es hacer prevalecer el respeto y la solidaridad, y que la medición no se puede limitar al ingreso, indicador necesario, pero no suficiente, pues no recoge el efecto de la actividad humana en el ambiente, no mide en forma acertada la condición sanitaria de la población y no contiene respuestas a interrogantes sobre estética, ética y satisfacción por el deber cumplido. También se pusieron de acuerdo en que las reglas deben ser inteligibles para toda la población, la educación debe durar toda la vida para facilitar el crecimiento intelectual y emocional, y debe haber revisión permanente de procesos, para atender cambios de criterios y evolución de herramientas.
El diálogo del presidente con sus allegados más cercanos fue infructuoso. Entendió entonces que había sido víctima de una ilusión: ellos no se interesaban en los grandes asuntos, solo servían para tareas tácticas. Revisó lista de críticos elaborada con propósito preventivo, y encontró un pequeñísimo grupo que no parecía buscar su propio beneficio. Los citó para conversar sobre método para la tarea, de manera que se modificaran las bases de lo existente y, al tiempo, se protegiera lo bueno. Todos participaron en la reunión y propusieron lista breve de estrategias para lograr los propósitos definidos a raíz de la conversación con el sabio de Atricia; luego revisaron lo existente con apoyo en métodos reconocidos para hacer nuevas reglas, suprimir lo que fuere pertinente, construir la organización requerida por las tareas inherentes a los procesos, y redactar texto final fácil de entender para toda la población. En plebiscito se aprobó el cambio.
Se establecieron reglas serias para partidos políticos y se abandonó el régimen presidencial. La justicia se despolitizó, y logró productividad y calidad en su trabajo. A partir de ese momento los servicios del Estado se volvieron magníficos. El ingreso de Latinia creció y sus desigualdades se redujeron significativamente. Se hizo lo necesario para mejorar la educación. Se empoderaron las regiones para definir estrategias de desarrollo y se modificaron las ciudades para mitigar impacto ambiental.
Pronto reinaron la paz y la alegría.