El capital fluye con libertad a través de fronteras, en tanto que el trabajo enfrenta barreras políticas y culturales, pero su remuneración puede crecer muy rápido en países como Colombia, cuyo ingreso potencial es muy superior al real, mientras se reduce la brecha entre posibilidades y resultado efectivo, con mentalidad abierta. Las cifras de Fedesarrollo son contundentes. Petro ofreció en campaña la protección a las cadenas productivas, con el argumento de que así se generaría empleo, y más gasto social. Esa política resultará en asignación ineficiente de recursos escasos en muchos frentes, y por ende en tasas de crecimiento económico muy modestas, o incluso negativas. Lo lógico es impulsar el mejor desempeño posible mediante la concentración de la inversión en actividades con ventajas comparativas relativas. Es absurdo desconocer la reducción en los costos de transporte marítimo intercontinental y las transformaciones en las comunicaciones, y su impacto en la sociedad y la economía globalizada, en la que no compiten los países sino las regiones, lugar donde ocurren las oportunidades.
Colombia abrió su economía en 1990, pero no transformó su mentalidad. Como consecuencia, existen muchas protecciones no arancelarias que conducen, en la práctica, a pequeña participación del comercio internacional en la economía. La actitud prevalente en la comunidad de empresarios no ha sido hacia la búsqueda de nuevos mercados, con articulación eficaz entre sector privado y sector público y entre regiones y gobierno central. Por el contrario, la mitad de las exportaciones son petróleo sin ser país petrolero.
La visión global implica transformar muchas empresas, abandonar algunas actividades productivas y desarrollar otras, e impulsar la educación continua para toda la población, de manera que los trabajadores preserven su capacidad para generar ingresos en ámbito de cambio permanente. No sobra recordar que la tecnología trae innovación en productos y servicios, y que no hay equilibrio estable en los sistemas económicos porque aumentar productividad implica cambiar actividades.
La mentalidad abierta no solo conlleva renuncia a protecciones improcedentes: exige facilitar la creación de empleo formal mediante la desvinculación de la remuneración y la financiación de servicios de salud, y simplificar de manera radical el estatuto tributario. Más allá, apunta a construir instituciones públicas que funcionen bien en vez de promover la corrupción, con reglas eficaces para la convivencia armónica, y buena calidad de la educación pública.
El Estado puede ser determinante en muchos frentes: no se puede limitar su ámbito a corregir fallas de mercado, y los procesos públicos básicos deben atender criterios de excelencia. De allí que tampoco sea acertado aumentar el número ya excesivo de ministerios, que hará aún más difícil coordinar tareas complejas, ni asignar la política económica al ministerio a cargo de las finanzas públicas.
Para el crecimiento económico rápido sostenido es necesario preservar el avance indiscutible en servicios de salud desde que se expidió la Ley 100 y mejorarlos, en vez de regresarlos a entidades públicas, como ofreció Petro en campaña. Nunca es tarde para revisar premisas: el camino acertado será el que mejore la condición de los estamentos vulnerables de manera significativa, y no el que aumente el Estado sin crecimiento económico.