Analistas 08/07/2023

El mundo cambió

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El mundo cambió desde el comienzo de la primera guerra mundial en 1914. Desde el siglo 16 Occidente había tenido el papel central en el devenir del planeta; esa situación evolucionó en forma rápida tras la segunda guerra mundial. Emergió EE.UU. como actor dominante, el comunismo en la Urss y China puso en jaque al sistema liberal democrático, y el modelo colonial europeo hizo crisis.

Sin embargo, los cambios más drásticos ocurrieron en otras dimensiones: la población se ha multiplicado por cinco entre comienzos del siglo pasado la actualidad; además la proporción de habitantes del ámbito rural pasó de tres cuartos del total a menos de la mitad, y la tasa de alfabetismo pasó de 20% a cerca de 90%. El ingreso por habitante ajustado por poder adquisitivo se quintuplicó, de alrededor de US$1.200 por año a más de US$6.000. La expectativa de vida pasó de menos de 50 años a cerca de 80 en los países desarrollados y en los de ingreso medio. Las consecuencias de estas transformaciones ameritan revisión.

Lo más evidente es la mayor cantidad de energía requerida para atender las necesidades de alimentación, transporte y control de condiciones ambientales de más población, con mayor capacidad de consumo. La productividad aumentó como consecuencia de cambios tecnológicos dramáticos, entre los cuales cabe destacar el uso universal de la electricidad, la producción en serie, la revolución verde de los años 60 del siglo pasado y la cibernética. La integración comercial de la economía mundial, como consecuencia del abaratamiento del transporte intercontinental y la mejora en herramientas de comunicación permitió el uso más eficiente de recursos.

En contraposición, desde hace medio siglo han aparecido amenazas por el impacto de la especie humana en su entorno, la acumulación de armas de destrucción total, y el abuso de firmas cuyas prácticas antiéticas no pueden neutralizar las instituciones públicas.

Para completar el inventario de problemas con proporciones posibles complejas cabe resaltar el envejecimiento poblacional sin ampliación correlativa de la vida laboral, la creciente desigualdad en el ingreso entre países y al interior de ellos, la sustitución del trabajo humano por la tecnología y lo inadecuado de lo público para abordar las necesidades previsibles de nuevos servicios y, sobre todo, para impulsar modelos de conducta congruentes con la probabilidad de buen desenlace para todos.

El hecho de que la especie entera pueda leer y escribir abre muchos espacios para el autodesarrollo, pero también socava la estructura social elaborada desde el neolítico, fundada en la premisa de que las élites tienen el deber de encarnar virtudes cuyo valor social se debe preservar.

La construcción de democracia es tarea necesaria, pero tiene riesgos, porque los malos diseños, prevalentes en todas partes, y de manera marcada en Latinoamérica, permiten que cualquier persona acceda a posiciones directivas en lo público. Neutralizar el riesgo de administradores inadecuados requiere mejora continua de la calidad de la educación y procesos públicos idóneos.

El Estado tiende a tener mayor participación en el ingreso a medida que pasa el tiempo, pero la calidad de la gestión exhibe, en general, indicios de serio deterioro, con foco en objetivos de corto plazo. La probabilidad de acertar con sofismas en la venta de aspiraciones es enorme, y sus consecuencias potenciales devastadoras.

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