La prosperidad es el producto de la feliz conjunción de las instituciones públicas y privadas. Las primeras comprenden el Estado y lo supraestatal, y las segundas incluyen las empresas, las organizaciones no gubernamentales y las familias. El reto desde la perspectiva económica es aumentar la productividad, de manera que con menos consumo de tiempo y energía se produzca más valor agregado. Aunque la iniciativa para este propósito es tarea de todos, los frentes específicos corresponden a distintos actores de manera preferencial. Los gobiernos regionales deben identificar, en alianza con el sector privado, las ventajas comparativas naturales y adquiridas, para aprovecharlas en la estrategia de desarrollo socio económico de la respectiva ciudad región; el Estado nacional debe ofrecer legislador democrático y responsable, justicia independiente y seguridad, salud, educación y ciencia, proveer infraestructura adecuada y procurar la integración con otros países afines para capturar economías de escala.
Las entidades multilaterales de alcance mundial, en particular las vinculadas al sistema de Naciones Unidas, deben transformarse en autoridades para asuntos que desbordan fronteras, como la contaminación, las armas de destrucción total, los ciber delitos, el abuso de posición dominante en las herramientas de la cuarta revolución industrial, que desbordan fronteras, y la evasión fiscal a través de paraísos fiscales. Las organizaciones no gubernamentales de carácter religioso deben transformarse en entes idóneos para atender necesidades de carácter grupal de naturaleza espiritual y, en consecuencia, abordar angustias de las comunidades que hoy son fuente de crisis.
La primera consecuencia de un ordenamiento institucional público más adecuado en todo el ámbito planetario sería una mejor asignación de recursos por parte del capital privado para aprovechar diferentes oportunidades, por reducción de riesgos, mejor calidad de información y más consistencia en los escenarios probables a enfrentar. Hoy el capital fluye con libertad, en contraste con el trabajo, sujeto a restricciones culturales y legales; un mejor sistema político en todos los ámbitos, local, nacional y global, tendría como segundo efecto más movilidad para las personas en fase productiva, de manera que se aprovecharía en forma más adecuada el talento. La tercera consecuencia, importante en todos los ámbitos, sería la eficiente gestión de lo público, fruto de mejores diseños de procesos. Todo el planeta se beneficiaría de estos cambios, pero para ello debe enfrentar a las burocracias enquistadas en todos los ámbitos de lo público; ellas perciben que los cambios podrían perjudicarlas en algún grado, así los beneficios generales sean tan contundentes que en últimas resulten en balance positivo desde la respectiva perspectiva para todos, ellas incluidas.
Para terminar, lo privado también debe hacer esfuerzos serios por mejorar la calidad de su gestión, para poder aprovechar en forma debida los beneficios de buenos procesos públicos. El impulso a la conciencia de especie para mitigar las riesgosas consecuencias del desorden imperante mediante mejores soluciones es prioritario. La innovación en esta materia es responsabilidad universal en esta época. Se necesita cambio permanente en lo público y lo privado. No poner lo existente en tela de juicio es asegurar catástrofe.