Lo nacional cobija a una población vinculada por mecanismos jurídicos a un territorio delimitado, pero también a una identidad colectiva, con fundamento en lengua, religión y costumbres; tiene connotaciones políticas y culturales.
Aunque las naciones aducen soberanía, no tienen igual categoría: unas tienen más poder que otras en el escenario mundial; todas están entrelazadas en forma creciente con el paso del tiempo, pero no todas las nacionalidades poseen instituciones públicas propias.
Lo regional, por su parte, describe ámbitos con similitud de oportunidades económicas e idiosincrasias sociales y culturales, en tanto que lo local corresponde al espacio de convivencia cotidiano, asociado al desplazamiento del hogar a lugares de trabajo, educación y prácticas recreativas.
La acertada articulación entre las tres instancias es determinante para el desarrollo armónico de la sociedad y el mundo. Los países ofrecen a sus habitantes marcos normativos y gestión central; las regiones, a su vez, pueden definir estrategias precisas para aprovechar oportunidades; por su parte, las localidades atienden necesidades prácticas de la vida diaria. Los países diseñan las reglas para la inversión internacional, pero las condiciones específicas de las regiones son criterio determinante para ella, y las urbes son quienes la reciben.
En el proceso de desarrollo hay etapas. El conjunto de condiciones para lograr el crecimiento rápido y sostenido es exigente: los excesos son inconvenientes, por lo cual no tiene sentido el Estado demasiado controlante ni demasiado permisivo.
El proceso necesario para ofrecer oportunidades a toda la población solo es posible si cada instancia hace su tarea de manera efectiva, con diseño institucional adecuado. Tecnologías y gestión experimentan rupturas con el aumento del ingreso: el progreso tiene serias implicaciones sociales, pues se requiere ajustar las condiciones específicas de cada región y sus habitantes en cada circunstancia para aprovechar posibles ventajas comparativas en relación con el resto del mundo.
Las localidades tienen a cargo la provisión de servicios, incluida la educación pertinente, de manera independiente o en asocio con otras para capturar economías de escala. El sector privado debe aportar la inversión y, con ella, la innovación. Corre riesgos y obtiene beneficios.
En la fase inicial del desarrollo la inversión extranjera directa es detonador natural; el capital doméstico debe complementarlo y crecer con el ahorro que resulte del mayor ingreso; aunque menos decisiva cuando el proceso avanza y se construye conocimiento, la inversión foránea se motivará con la integración de la economía de cada región al resto del mundo.
La identificación de los valores éticos y estéticos de cada región es importante en la construcción de instituciones. Las normas deben reflejar los criterios prevalentes, pero también deben abrir espacios a la crítica para evitar la tiranía de las mayorías y aprovechar todos los recursos que la sociedad ofrece. La negociación estética debe conciliar expresión individual y coherencia en la convivencia.
El crecimiento debe considerar el impacto en el entorno y asegurar mejores condiciones de vida a la población vulnerable. El mundo requiere revisión para que la especie subsista, y solo el diálogo eficaz entre lo nacional, lo regional y lo local ofrecerá soluciones sostenibles.