La humanidad enfrenta nuevas circunstancias: tras haberse cuadruplicado en el siglo 20, la población tiende a estabilizarse en todo el mundo, excepto África al sur del Sahara. La tasa de natalidad ha caído en forma drástica en el último medio siglo. Sin embargo, la expectativa de vida tiende a aumentar, y con ella la diferencia entre expectativa de vida y vida productiva probable.
Los requerimientos de educación seguirán en aumento, para mitigar el impacto fracturador de la tecnología. Sin embargo, la mayor diferencia hacia adelante será el reconocimiento del potencial de la proporción de la población, al menos la mitad del total, que ha sufrido discriminación desde el neolítico.
Dado que no hay diferencia en talento entre los géneros, es evidente la oportunidad para mejorar el ingreso y la productividad en la economía que se desprende del reconocimiento en particular de las capacidades de las mujeres. La mujer es menos fuerte físicamente, en general, que el hombre, pero no por ello inferior en las tareas. Además, tiene menos mortalidad en la primera infancia, mayor expectativa de vida y más temprano ingreso a la vida adulta.
Padece oprobios: hace pocos días el legislador en Gambia decidió echar para atrás la prohibición de la mutilación sexual, práctica orientada a preservar el ordenamiento social con fundamento en la sujeción de la mujer al varón y, por ende, la limitación del placer en la cópula.
La brecha de ingresos entre hombres y mujeres en tareas equivalentes sigue siendo, en promedio, mayor de 20% en el mundo y la presencia de mujeres en las cúpulas empresariales es escasa. En los países musulmanes se tiende a asignar a la mujer como papel central el de elemento para la reproducción.
Poner fin a la discriminación por género es gran paso necesario
No todo es negativo, sin embargo. Así, desde 2017 Japón, quizás el país desarrollado más machista, impulsa políticas públicas para eliminar la discriminación; caben motivos de convicción ética pero también razones de conveniencia a largo plazo: se necesitan la máxima productividad de toda la población activa en la economía y mayor participación de la mujer en el trabajo para compensar el costo del envejecimiento creciente.
El mundo del siglo 21 exige crecimiento rápido en los países pobres, de manera que toda la humanidad logre el desarrollo social y económico necesario para abordar las tareas que le competen como especie. Caben el uso de talento que hoy no se aprovecha a plenitud en los países desarrollados para la epopeya del desarrollo integral del mundo, y la redefinición de linderos entre países para aprovechar mejor el capital y el trabajo.
Las pretensiones de soberanía están fundamentadas en los cinco siglos del esquema colonial impuesto por Occidente en buena parte del globo. Con el crecimiento acelerado habrá elevado rédito al capital, mejor ingreso laboral y menos desigualdad.
Será preciso establecer modelos de convivencia efectivos para conciliar la necesidad de reducir el uso de energía con el mayor consumo resultante de suprimir la pobreza, hacer inversión adicional en educación para cultivar nuevas funcionalidades y así enfrentar los retos sociales de los cambios tecnológicos, y enfrentar el gasto creciente en salud por el envejecimiento y los avances de la ciencia médica. El nuevo ordenamiento deberá aprovechar a plenitud las capacidades de todos. Poner fin a la discriminación por género es gran paso necesario.