Transformaciones de capital y trabajo
Las transformaciones de capital y trabajo han generado complejidad. Así, el tránsito de la comunidad nómada del paleolítico a la agrícola y después urbana en el neolítico implicó la formación de tres estamentos: guerreros, religiosos-doctores y agricultores. Aparecieron lazos formales de subordinación y dependencia. Los grandes imperios posteriores se apoyaron en comercio, poder militar y estrategias de integración; así se forjaron Persia, Macedonia, China, Roma, los califatos en Arabia y Siria, el Imperio Mongol en toda Asia y el Mogul en India.
La productividad del agro aumentó con innovaciones sucesivas. En el medioevo tardío se abrió el Mediterráneo y se consolidó la ruta de la seda, con lo cual las repúblicas ciudades italianas alcanzaron bienestar superior al del resto del mundo. Los cuatro siglos de control del mundo por Europa Occidental destruyeron procesos incipientes de organización manufacturera en otros continentes, y no aportaron institucionalidad adecuada para la eventual autonomía en el grueso del planeta.
La revolución industrial que surgió en el siglo 18 en Inglaterra y en el 19 en el resto de Occidente conllevó urbanización y contaminación, con efectos nocivos sobre la salud, pero también cambios sustantivos en el trabajo por creciente mecanización. Los inversionistas lograron ganancias sin precedentes. La economía se robusteció por la incorporación de EE.UU. al proceso, con autonomía en un territorio enorme sin barreras al comercio ni al trabajo, y oportunidades para la movilidad horizontal y vertical. El ferrocarril y después el automóvil, la electricidad, la producción masiva y mecanizada en línea, la aviación comercial y la integración de la economía mundial promovieron la creación de la clase media como proporción mayoritaria de la población en los países desarrollados.
Las nuevas tecnologías de procesamiento de datos en el último medio siglo permitieron aumentar productividad y mejorar la calidad de la información para la gestión, luego facilitaron la comunicación y la atención a interrogantes con facilidad sin precedentes, y ahora apoyan la tarea de producir conocimiento, todavía con restricciones. La humanidad está en el umbral de producir los autómatas que intuyeron pensadores y escritores de ciencia ficción a lo largo del siglo pasado: sistemas capaces de controlar el mundo mediante su propia programación, de creciente eficiencia desde su perspectiva, con riesgo de opresión para la especie, similar a la que ella ha ejercido sobre las demás desde el neolítico.
No hay instituciones adecuadas para aprovechar el potencial beneficio del estadio actual de procesamiento de información ni para prevenir los riesgos que entraña. Lo cierto es que la posibilidad de desenlace feliz depende de todos los humanos. Se necesita sistema político con reglas de conducta precisas, detección oportuna de desviaciones y sanciones efectivas para intentos de desviación. Se requerirá educación continua de cobertura universal: la reducción del compromiso horario en el trabajo deberá asignarse en parte a preparación para la innovación. Hoy la mitad de la población mundial es vulnerable o pobre. Es preciso cambiar esa situación para poder involucrar a la humanidad entera en la tarea de asegurar la libertad para decisiones vocacionales y estéticas, con base en el respeto y la solidaridad, y así defender la posibilidad de vidas dignas.