Venezuela y Colombia fueron colonias españolas con administración independiente. Sin embargo, sus élites ilustradas compartían a principios del siglo 19 el sesgo democrático liberal alimentado por la Ilustración escocesa y francesa, cuyo primer producto político fue la constitución americana, establecida en el Congreso de Filadelfia (1787) y que persiste en esencia hasta nuestros días. Ello facilitó que se unieran en la lucha por la independencia desatada en Hispanoamérica por la invasión napoleónica a la península ibérica (1808).
Los principales caudillos de la revuelta en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia fueron venezolanos. Además de Simón Bolívar, se destacan Anzoátegui, Sucre, Urdaneta, Páez - primer presidente de Venezuela tras el colapso de la Gran Colombia y el fin del sueño bolivariano, y Flórez, primer presidente de Ecuador. La disolución de la Gran Colombia fue error desde la perspectiva de la economía: no se capitalizaron los beneficios de la integración, pese a que había comunidad de lengua, religión y culturas, con elementos españoles, indoamericanos y afroamericanos en los cinco países, así fuera en diferente proporción. En contraste, EE.UU. aprovechó los beneficios de las economías de escala derivados del libre flujo de personas, bienes y capital en un territorio enorme para acoger la revolución industrial, impulsar el desarrollo y convertirse en la principal economía del mundo en 1914, al comenzar la guerra europea.
Venezuela tuvo dictaduras en la primera mitad del siglo 20, bajo J. V. Gómez y M. Pérez, pero aprovechó en forma paulatina la enorme magnitud de sus depósitos de petróleo. Así, bajo el amparo del cartel de la Opec, tenía el mayor ingreso por habitante de Latinoamérica al comenzar la década de los 90. Sin embargo, la corrupción y el derroche de recursos públicos bajo los gobiernos de Acción Democrática y Democracia Cristiana desde 1958 desembocó en la victoria electoral de H. Chávez en 1998, quien se mantuvo en el poder hasta su muerte (2013), con apoyo de precios altos del petróleo, que permitió, mediante subsidios, conservar popularidad en medio del derroche y la corrupción.
Nombró sucesor a N. Maduro, pero las circunstancias económicas cambiaron con la caída del precio del crudo a finales de 2014 y el deterioro en el desempeño de la estatal Pdvsa. Hoy más de la mitad de la población está debajo de la línea de pobreza, el ingreso por habitante es la mitad del de Colombia y la tasa de homicidios dobla la de Colombia, cuya tasa es altísima. Las libertades políticas desaparecieron y el gobierno aspira a perpetuarse, pese al rechazo popular; para ello ha descalificado a sus opositores.
Ahora ha surgido con fuerza la aspiración de María Corina Machado a liderar la tarea de restablecer la democracia y la libertad económica, y orientar el país al crecimiento sostenido, con gestión transparente. No propone destruir a Maduro, sino facilitar su salida. Recorre su país por carretera, y se ha ganado un papel simbólico muy importante, con respaldo de tres cuartas partes de la población.
Es evidente la conveniencia para los colombianos de respaldarla, e impulsar la integración política y económica de los dos países bajo instituciones políticas acertadas. Ninguno de los dos las tiene, y ambos tienen potencial para mejorar muy rápido las condiciones de vida de sus ciudadanos. La oportunidad es clara.