En materia económica, la autarquía consiste en procurar la satisfacción completa de las necesidades de un conglomerado social a través del autoabastecimiento. Es la sustitución de todos los proveedores foráneos por abastecedores propios del sistema, eliminando el comercio internacional y el flujo de capitales. Aunque en los tiempos de la globalización esta búsqueda de autosuficiencia resulta inconveniente, ineficiente y contraria a las libertades fundamentales que las democracias deben garantizar a los ciudadanos, durante el siglo XX no faltaron los intentos por implantar modelos de tal índole.
El franquismo en España, el tercer Reich en Alemania y el modelo Juche en Corea del Norte, son algunos ejemplos que ilustran la inexistencia de una conexión entre las intenciones autárquicas de un régimen y la ideología del gobernante que lo orienta.
El diccionario de la Real Academia Española nos enseña que la autarquía, en la primera acepción de la palabra es ajena a la política y a la economía. Se define como el «dominio de sí mismo», y debería formar parte del activo comportamental de todas las personas, especialmente de aquellas que dirigen las actividades de cualquier empresa o conglomerado social, y que, por supuesto, nada tiene que ver con la ideología, el credo o las convicciones de los individuos, sino con su competencia para conducir el rumbo propio.
De acuerdo con el informe sobre el futuro del empleo divulgado por el Foro Económico Mundial (WEF) en octubre de 2020, cuando el planeta apenas comenzaba a convivir con la disrupción que trajo consigo la pandemia, la lista de las habilidades consideradas como esenciales para conservar la vigencia en el mundo del trabajo en 2025 la encabezó el pensamiento crítico seguido de la capacidad de resolución de problemas. En tercer lugar, apareció la gestión de sí mismo.
En mayo de este año, el WEF publicó una nueva entrega de su informe y, otra vez, la lista de las competencias imprescindibles en el mundo del trabajo la abandera el razonamiento analítico que consiste en examinar el contexto con ecuanimidad, eliminando los sesgos y las posturas viscerales −siempre contaminantes de la objetividad− o, en términos coloquiales, no tragar entero. La segunda posición la ocupa el pensamiento creativo y en tercer lugar repite la gestión de si mismo, esta vez denominada autoeficacia y complementada por la autoconciencia, que figura en la cuarta ubicación.
Los conceptos de gestión de sí mismo, autoeficacia y autoconciencia confluyen en la misma noción de autarquía individual; de dominio de nuestras acciones, comportamientos y reacciones. Una persona autárquica tiene la capacidad de administrar su tiempo; de definir sus prioridades; de cuidar recursos y de liderar equipos. Quien carezca de tal habilidad enfrenta enormes desafíos para obtener resultados.
En la entrevista que el presidente Gustavo Petro concedió a este diario la semana pasada, entre cifras y afirmaciones discutibles, dio señales de su interés por sentar las bases de una economía con matices autárquicos, como la de forzar el regreso de las inversiones que los fondos de pensiones tienen en el exterior. Evidenciamos el contrasentido de un mandatario de exigua autarquía personal, pero con abundantes intenciones de autarquía económica, lo que puede derivar en muchos estragos con pocos frutos para el país.