Analistas 10/05/2023

Inteligencia artificial y sabiduría

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Desde la aparición pública de ChatGPT en noviembre del año pasado, científicos serios, analistas juiciosos y también charlatanes de todos los pelambres no han parado de hablar del impacto que este revolucionario chatbot tendrá sobre el futuro de la educación, del trabajo y de casi todos los aspectos de nuestras vidas, desatando toda suerte de debates sobre la conveniencia de la inteligencia artificial y su cabida en la sociedad actual. Las razones para semejante explosión de opiniones y argumentos, optimistas y apocalípticos, son obvias: apenas dos meses después de su lanzamiento, ChatGPT alcanzó 100 millones de usuarios.

La inteligencia artificial, entendida como la obsesión de los seres humanos por emular su propio intelecto, lleva mucho tiempo rondando los cerebros de científicos y filósofos. A principios del siglo XIV, el humanista palmesano Ramón Llull inventó su Ars Magna, un aparato operado por piñones, palancas y manivelas que, según su creador, podía demostrar la veracidad de ciertos dogmas y la falsedad de otros. En la poblada lista de intentos notables por replicar el razonamiento humano aparecen a menudo la máquina creada por el inglés Alan Turing que permitió descifrar los códigos secretos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, o Deep Blue, el computador diseñado por IBM que logró vencer al campeón mundial de ajedrez, Garri Kaspárov en 1996.

Sin desconocer el ingenio e impacto de los ejemplos mencionados, ChatGPT es una herramienta disruptiva por la facilidad de acceder a ella, por su capacidad de convertir las conversaciones con sus millones de usuarios en insumos para nutrir los algoritmos que utiliza y, sobre todo, porque hace patente la vulnerabilidad de nuestra sociedad en asuntos tan trascendentales como la ética y el desarrollo del intelecto, por mencionar apenas dos.

En un ejercicio de irrefrenable curiosidad sostuve una conversación con ChatGPT sobre los principios y valores de la inteligencia artificial, y este fue el planteamiento del chatbot: “la inteligencia artificial, tal como existe actualmente, no tiene principios, valores, emociones o sentimientos de la misma manera que los humanos. La IA es diseñada y programada por humanos para realizar tareas específicas utilizando algoritmos y técnicas de aprendizaje automático. Estos algoritmos y técnicas permiten que los sistemas de IA aprendan y tomen decisiones basadas en patrones en los datos, pero no tienen emociones o sentimientos como los humanos.

Sin embargo, existe una investigación continua en el campo de la ética de la IA, que se ocupa de las implicaciones sociales y éticas de la IA. Los investigadores en este campo están trabajando para desarrollar principios y pautas para el desarrollo y uso de la IA que estén alineados con los valores humanos y las consideraciones éticas. Estos principios pueden incluir transparencia, responsabilidad, privacidad y equidad. En este sentido, la IA puede ser desarrollada y utilizada de manera consistente con los valores y principios humanos, aunque los sistemas de IA en sí mismos no posean estas cualidades.”

Bástenos por ahora recordar que la sabiduría no es solamente el cénit del conocimiento humano, sino que involucra la prudencia en todos los ámbitos de nuestras vidas. No caigamos en la trampa de convertir a la inteligencia artificial en sinónimo de sabiduría.

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