Analistas 26/05/2023

La tiranía de los susceptibles

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Si usted es un abanderado de la corrección política; si le ofende el uso de ciertos adjetivos en las conversaciones cotidianas, o si le apasiona sustituir e inventar aes y oes en los sustantivos de uso común para mostrarse inclusivo, le sugiero que abandone la lectura de estas líneas, pues pueden resultarle desestabilizadoras.

Este diario publicó la semana pasada una nota relacionada con la demanda presentada por una empleada londinense contra su jefe, por considerar que el uso de algunas letras, símbolos e iniciales en el texto de un correo electrónico constituían una forma de acoso sexual. Si bien el tribunal británico desestimó las pretensiones de la trabajadora, vale la pena detenerse a pensar sobre el rumbo que las percepciones en materia de acoso, exclusión y corrección política han tomado en los últimos tiempos.

La corrección política (CP) surgió como un concepto relacionado con la adherencia de los militantes partidistas a los principios e ideologías propias de sus agrupaciones, pero en la penúltima década del siglo pasado su significado evolucionó en procura de fomentar la inclusión y evitar que el uso de estereotipos negativos afectara la armonía en las relaciones sociales. Un propósito loable, sin duda, que terminó convirtiéndose en arma de doble filo. Hoy, por cuenta del apostolado fundamentalista y el activismo exacerbado de muchos quisquillosos, se ha transfigurado en una especie de tiranía de los susceptibles que inexorablemente trae consigo la autocensura, el sacrificio de la asertividad y la levedad en el trato con los demás.

La intención de estas reflexiones no es apologética de las prácticas que comenzaron a hacer carrera desde la vergonzosa campaña de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ─ y que, por desgracia, se han arraigado en muchos ámbitos de la actividad humana en todo el planeta─ pues estas caben más dentro del cajón de la vulgaridad, la ofensa, la agresión y la polarización, que en el del análisis reposado de los alcances de la CP.

A pesar de ser un asunto que mantiene vigencia por sus claras implicaciones, positivas o negativas, en las interacciones sociales, hace más de tres lustros ya era motivo de inquietud. Traigo a colación el artículo Rethinking Political Correctness, escrito por Robin J. Ely, Debra Meyerson y Martin N. Davidson, y publicado por Harvard Business Review en septiembre de 2006, en el que se abordan los obstáculos que enfrentan las organizaciones centradas en la CP para desarrollar relaciones constructivas y compromiso en el trabajo. En tales entornos, las personas suelen sentirse juzgadas e incluso atemorizadas si perciben que, por manifestar sus opiniones, pueden ser culpadas de violar los preceptos que la cultura exige. En lugar de imponer normas, expresas o tácitas de CP, es indispensable ─indican los autores─ equipar a los empleados con las habilidades necesarias para construir relaciones honestas y sanas.

El mundo no va a ser más inclusivo porque concibamos palabras nuevas o dejemos de utilizar las que algunos consideran inapropiadas. No estamos frente a un problema de semántica sino de creencias, comportamientos y actitudes que se resuelve con empatía y candidez. La fórmula es milenaria, infalible y trasciende creencias y culturas: trate a los demás como quisiera que lo trataran a usted.

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